LOS GRANDES MÉDICOS DEL MUNDO


No se han dado vidas más preciosas para el bienestar de la humanidad, que las de los grandes médicos y cirujanos. A no ser por estos hombres, la raza humana hubiérase tal vez reducido en gran manera por la multitud de dolencias que son fatales al ser humano. Aún hoy, a despecho de la ciencia, la peste siega cada año millones de vidas en algunas regiones de Asia y, a no ser por la pericia de los médicos, lo mismo ocurriría en el mundo entero. Si Europa tuviese un promedio de mortalidad tan elevado como el de la India, en el transcurso de pocos años se convertiría en un desierto. Nuestros médicos no sólo nos curan cuando estamos enfermos; también nos enseñan a observar ciertas leyes que, de seguirlas al pie de la letra, conservarían la salud de nuestro cuerpo.

¿Cómo, pues, podemos preguntar, se defendían los hombres de sus males, hasta que hubo médicos? La respuesta es que en ninguna época de la historia humana ha dejado de haber médicos.

No poseemos ningún libro escrito para ilustrarnos sobre los médicos de los hombres primitivos, mas, de todos modos, la historia nos llega escrita en los huesos que hemos hallado de aquellos seres. Restos de individuos que vivieron hace millares y millares de años nos demuestran que muchos de ellos sufrieron lesiones terribles, y que los médicos de aquel entonces los curaron completamente de ellas. Se han descubierto cráneos a los que se había quitado el hueso dañado, sustituyéndolo por uno nuevo. Un cirujano, a la primera ojeada, puede asegurar si la operación fue o no acertada. Al hallar el nuevo hueso soldado con el antiguo, conoce que el operador salió airoso de su empresa. Pero nos encontramos con muchos otros ejemplos de operaciones que no tuvieron término feliz; el hueso sin soldar demuestra que el paciente murió, a pesar de las tentativas de su médico. No solamente hallamos cabezas rotas que han sido recompuestas, sino huesos que demuestran cómo brazos y piernas lesionados eran amputados por medio de toscos instrumentos de sílice, y sanaban a pesar del imperfectísimo tratamiento recibido.

¡Qué maravillosa historia del pasado nos cuentan tales restos! Los hombres eran salvajes, vivían en lucha continua con las fieras y con sus semejantes. Su vida debió de ser desesperadamente dura y cruel. Lesiones en huesos que podemos asegurar que son de mujer, nos muestran cómo, en ciertas épocas, ésta tenía parte en las batallas de los hombres y recibía los mismos golpes durísimos que ellos. Hombres y mujeres lucharían por sus rebaños, por los mejores pastos para su ganado, por los sitios donde abrevar a éste, por las cavernas donde vivir. Y en estas luchas infligirían o recibirían terribles lesiones de flechas y lanzas de sílice, de hachas y proyectiles de piedra.

Pero el hombre primitivo albergaba alguna ternura en su corazón. Curaba a su allegado herido, la mujer asistía al guerrero doliente. Durante meses, mientras las lesiones en la cabeza o en los miembros se curaban, alimentarían y cuidarían al herido; así nos certifican que lo hicieron las señales de que éste se restableció. Al estremecernos ante el cuadro de combates y de sangre en que nuestros antepasados remotos pasaron su vida, no podemos menos de experimentar un sentimiento de admiración hacia el hombre que, salvaje como era, abrigaba sentimientos de amor y de ternura por sus compañeros en la hora de la adversidad.