El valiente soldado español que fundó la Compañía de Jesús


En 1491, en la casa solar de Loyola (Guipúzcoa), nació un niño destinado a ser uno de los más famosos religiosos del mundo. Fue éste san Ignacio de Loyola, descendiente de ilustre familia española. Enviáronlo sus padres a la corte de los Reyes Católicos, de los cuales fue paje, para que se educara como correspondía a un caballero de su alcurnia, y dedicándose después a la milicia aprendió la disciplina con Manríquez, duque de Nájera.

Combatió y fue herido en el sitio de Pamplona; y durante su larga convalecencia, para engañar las horas de tedio, le dieron a leer algunos libros religiosos. Hicieron éstos fuerte impresión en su ánimo, y, apenas pudo abandonar el lecho, se dirigió a Montserrat, en cuya iglesia colgó sus armas haciendo voto de vida religiosa. Posteriormente entró en un hospital, donde quiso ejercitarse en los oficios más bajos para aprender la humildad. Después de un viaje a Jerusalén brotó en su cerebro la idea de fundar una compañía religiosa para combatir el protestantismo y defender la autoridad de la Iglesia. Con tal objeto se entregó al estudio, y así, a la edad de treinta y tres años, empezó con la gramática. Luego, mendigando de ciudad en ciudad, peregrinó por largo tiempo, hasta que llegó a París. Allí, en la Universidad, su persuasiva palabra convenció a otros jóvenes para que se le unieran en su empresa, y de esta forma tuvo sus principios la Compañía de Jesús.

A los cuarenta y seis años fue ordenado sacerdote, y su vida fue de tal santidad que se le atribuyen grandes milagros; mas el mayor de todos fue sin duda la fundación de la Compañía de Jesús, que pronto se extendió por el mundo entero y que, en los más diversos ambientes, trabaja con un solo fin: la gloria de Dios.

Abrumado por las fatigas y penitencias murió este insigne hijo de la Iglesia en 1556.