LOS PAÍSES DEL CERCANO ORIENTE: TURQUÍA, ARABIA, YEMEN, IRAK, JORDANIA, SIRIA Y LÍBANO


Unos cincuenta años después de la guerra persa, nació en La Meca un niño destinado a ser el fundador de una religión; pertenecía a una tribu árabe y fue educado por un tío suyo. Fue un reformador y enseñó a los árabes, o sarracenos, a renunciar a la idolatría y a constituir una gran nación. Se llamó Mahoma y fue el profeta de una nueva religión; enseñaba que sólo existía un Dios; que tanto la religión hebraica como la cristiana procedían de Dios, pero que él, Mahoma, era el enviado por Dios para enseñar una fe más perfecta aun e imponerla a todo el mundo. Envió una breve carta circular a todos los reyes conminándoles a abrazar la nueva fe. El de Persia contestó que pondría en cadenas al profeta, en cuanto se le presentase la ocasión. El emperador Heraclio no respondió directamente, pero le envió algunos regalos desde Constantinopla. Imposible es para nosotros formarnos idea del ímpetu con que los partidarios de Mahoma se lanzaron a someter al mundo a la nueva fe. No sólo no temían la muerte, sino que ansiaban morir con tal de haber muerto antes a un “infiel”, porque así creían que serían eternamente felices en la otra vida.

Este espíritu es el que los hizo tan temibles. Provincia tras provincia iban cayendo bajo su dominio los estados de Asia; y pronto los bizantinos hubieron de trasladar el sagrado leño a Santa Sofía, porque Jerusalén cayó también en su poder. Las magníficas murallas de Constantinopla guardaron la reliquia de la Santa Cruz durante trescientos años, pero en todo ese tiempo los emperadores de Bizancio apenas dejaron de guerrear contra los seguidores del profeta.