EL CONDE DE MONTE-CRISTO Parte 2


No transcurrió mucho tiempo, desde la evasión de Edmundo del castillo de If sin que se descubrieran los medios de que se había valido para llevarla a cabo; y como no existía la menor duda de que, el saco que encerraba el supuesto cadáver, había sido arrojado al agua, creyeron los carceleros que el preso había cambiado solamente la tumba en que vivía, por otra más clemente, cual era la del mar. Edmundo Dantés había " muerto oficialmente ".

Uno o dos años más tarde, el dueño de la posada del Pont du Gard, no lejos de la ciudad de Beaucaire, hallábase, según su costumbre, sentado negligentemente a la puerta del mesón, pues los negocios iban de mal en peor, y la parroquia era escasa, cuando vio llegar a un jinete que hizo alto frente a la posada, apeóse de su cabalgadura y entró. El forastero resultó ser un eclesiástico de grave y reverendo aspecto, por lo que el mesonero se dehizo en cumplimientos al ponerse a sus órdenes. El cura, que dijo llamarse el abate Busoni, y cuyos negros y penetrantes ojos parecían sondear los más recónditos pensamientos del mesonero, ahuyentó bien pronto el aire perezoso y dejado de éste, interesándole vivamente al recordar los acontecimientos ocurridos hacía ya dieciséis años.

Llamábase el mesonero Gaspar Caderousse, cosa no ignorada del abate, y hubo de quedar sorprendido al oír referir minuciosamente al recién llegado ciertos pormenores de su primera vida. Caderousse le habló de Dantés en los términos más calurosos y juró que siempre había deplorado profunda y sinceramente la suerte desgraciada del pobre joven. Explicóle el abate que había asistido a Dantés en sus últimos momentos, en el calabozo que ocupara, y dijole que hasta exhalar el postrer suspiro el prisionero había hecho protestas de ignorar completamente la causa de su prisión.

-¡Y claro está que la ignoraba!- exclamó Caderousse-No podía ser de otra manera. ¡Ah, señor abate, el pobre muchacho le dijo a usted le verdad!

-Por lo mismo me dio el encargo de vindicar su buen nombre, limpiándole de cualquier mancha que sobre él hubiera podido caer, - dijo el abate Busoni, que prosiguió refiriendo en medio de la creciente turbación de Caderousse, cómo un compañero de prisión de Dantés, al recobrar la libertad, había dado a Edmundo un diamante de inestimable valor, con el cual hubiera podido seducir al carcelero; pero Edmundo no lo había intentado siquiera, y se lo había entregado al abate con las instrucciones necesarias para venderlo en Marsella y repartir su producto en partes iguales entre cinco personas-las únicas cinco que habían amado a Dantés. Eran éstas Mercedes, Danglars, Fernando, Caderousse y el anciano padre de Edmundo. El abate había sabido la muerte del pobre viejo, y su interlocutor, que estuvo presente, manifestóle que había muerto de hambre.

El mesonero, al llegar a este punto, se puso excitadísimo sobre toda ponderación, y le refirió todo cuanto sabía de las personas y acontecimientos relacionados con Edmundo Dantés, a pesar de que la mujer del narrador intervenía a cada momento en la conversación y le regañaba por contar al forastero tantos particulares de su vida privada. Todo lo que la clarísima inteligencia del pobre abate Faria había podido deducir de la historia de Edmundo quedó confirmado y claramente explicada por las declaraciones de Caderousse, quien demostró al eclesiástico que Danglars y Fernando habían sido enemigos mortales de Edmundo.