La venganza, lenta pero terrible, cae sobre el traidor más vil de la novela


Al llegar Villefort a su casa, hallólo todo en la más espantosa confusión. Encaminóse a las habitaciones de su mujer, y vio que aún vivía, pero que en aquel preciso momento empezaba el veneno a producir sus mortales efectos. Pensó luego en su hijo Eduardo, a quien halló como dormido sobre un sofá, después de haber recorrido algunas piezas. Pero al levantarle, cayó al suelo un trozo de papel doblado que llevaba en el pecho; y, Villefort, como herido por el rayo, cayó de rodillas y dejó que el cadáver de su hijo descansara en el suelo junto a su madre. Villefort recogió el papel y leyó lo siguiente, escrito de puño y letra de su esposa:

" ¡Vos sabéis si yo era buena madre, puesto que por mi hijo me he hecho criminal! ¡Una buena madre no parte sin su hijo!"

Esto sobrepujaba a lo que el cerebro de un hombre podía soportar; y Villefort, a quien esta trágica escena había trastornado enteramente, corrió furioso al jardín y empezó a cavar la tierra con un azadón.

Poco tiempo después de estos acontecimientos, el Barón Danglars fue secuestrado por unos bandidos en las catacumbas de San Sebastián, a poca distancia de Roma; y allí, en vez de quedar guardado en rehenes, tuvo que pagar una cantidad tan fabulosa por su manutención y alojamiento, que el dinero robado a la beneficencia pública al huir de París, pasó rápidamente a los bolsillos de los bandidos. Pero, al fin, hizo su aparición el Conde de Monte-Cristo, y después de acusarle de sus crímenes, dijóle que se hallaba en manos de Edmundo Dantés. Al oír esto Danglars, dobláronsele las rodillas y profirió un grito de estupefacción.