La hora de la venganza de Dantés contra Fernando, su primer delator


-Sí señor; y no importa que nos batamos sin testigos, ya que ambos nos conocemos tan poco.

-Ciertamente no son necesarios,- dijo Monte - Cristo,-por la sola razón de que nos conocemos muy bien. ¿No sois, acaso, el soldado Fernando que desertó la víspera de la batalla de Waterloo? ¿No sois el teniente Fernando que sirvió de guía y de espía al ejército francés en España? ¿No sois el capitán Fernando que hizo traición, vendió y asesinó a su bienhechor Alí? ¿Y no es verdad que de todos estos Fernandos reunidos, ha salido el teniente general, Conde de Morcerf, y Par de Francia?

-¡Oh! - exclamó el general, - ¡Oh miserable que me echas en cara mis faltas! Dime tu verdadero nombre para que pueda pronunciarlo, cuando te traspase el corazón con mi espada.

Al oír estas palabras, el Conde de Monte-Cristo entró de un salto en el gabinete inmediato al salón y en menos de un segundo, quitóse la corbata, la levita y e¡ chaleco, púsose una chaqueta y un sombrero de marinero, y volvió al salón en que se hallaba Morcerf. Éste, al verle, sintió que sus dientes castañeteaban y se doblaban sus piernas, por lo cual se acercó a una mesa, en la que apoyó su crispada mano.

-Fernando-exclamó;-de mis cien nombres basta uno solo para herirte como un rayo, pero éste lo adivinas, o por lo menos te acuerdas de él, porque a pesar de mis penas, de mis martirios, te enseño hoy un rostro que la dicha de la venganza rejuvenece; un rostro que muchas veces debes haber visto en sueños después de tu matrimonio .... con Mercedes, mi prometida esposa.

El general, fijando por un momento los ojos espantados en aquel hombre que parecía surgir de entre los muertos para vengar sus crímenes, buscó la pared como punto de apoyo, y se deslizó hasta la puerta por la que salió andando de espaldas, dejando escapar de sus labios este solo grito lúgubre, lamentable y desgarrador:

-¡Edmundo Dantés!

Sucediéronse rápidamente los acontecimientos; y, apenas había París cesado de hablar del suicidio del Conde de Morcerf, cuando Cavalcanti fue detenido por el asesinato de un compañero de cadena, llamado Caderousse, que le había difamado. Este último había reconocido en Cavalcanti a un antiguo compañero de presidio, llamado Benedetto.