El hombre que firmaba "Simbad el marino"


Sin embargo, Franz fue quien dijo a Maximiliano que entre las historias que corrían acerca de Monte-Cristo, se contaba la de que daba a menudo grandes cantidades para ayudar a los menesterosos que lo merecían, firmando con el pseudónimo de Simbad el Marino. Esta noticia regocijó sobremanera a Maximiliano; pues su padre se había salvado de una ruina inminente, gracias al generoso donativo de un bienhechor desconocido que se firmaba Simbad el Marino. Acudió presuroso a casa de Monte-Cristo para significarle su gratitud, y desde aquel día fue uno de los admiradores más devotos de aquel hombre singular. Así, pues, descubrióle sus pensamientos más íntimos, y nada le ocultó de la historia de sus amores sin esperanza, con Valentina.

Entre tanto, parecía que la fortuna iba abandonando poco a poco al Barón Danglars. Sus negocios habían sufrido ya graves perdidas; pero las más importantes tuvieron por causa falsas noticias acerca de la cotización de valores y acciones, que se habían telegrafiado a París por medios que Monte-Cristo hubiera podido explicar.

La hija del Barón estaba prometida a Alberto de Morcerf; pero el Conde, su padre, hallábase ahora bajo el peso de una acusación, pues habíase ya hecho pública su traición contra Ali-Bajá, y tal vez no fuera un secreto para el Conde de Monte-Cristo la manera con que al fin llegó la verdad a abrirse camino. Por eso el Barón no vaciló en quebrantar la promesa de matrimonio que tenía dada, y aceptó por futuro yerno a un brillante joven conocido con el título de Conde Cavalcanti, presentado a la sociedad parisiense por Monte-Cristo, aunque haciendo la salvedad de que ignoraba completamente sus antecedentes.