CÓMO SE MIDEN LAS COSAS


Nuestra noción del movimiento es siempre relativa, es decir, sabemos que las cosas se mueven unas con relación a otras.

No podemos decir en qué dirección o con qué velocidad se mueve un objeto, ni siquiera afirmar que se halla en movimiento, sino comparándolo con alguna otra cosa. Admitido este principio, nos queda la facultad de medir los movimientos relativos y compararlos con otros movimientos de la misma especie.

Se ha dicho muchas veces que el objeto de la ciencia es medir, y si bien esto dista mucho de ser enteramente cierto, es indudable que todas las ciencias se fundan en las medidas y que los resultados obtenidos dependerán de la mayor exactitud con que éstas se efectúen.

Cuando se desea conocer la velocidad de un determinado móvil, deben realizarse dos medidas, una de espacio y otra de tiempo. Los estudios sobre el movimiento se basan en estas dos medidas, que podemos llamar fundamentales. Así, por ejemplo, supongamos que deseamos saber cuál fue la velocidad desarrollada por un tren entre dos estaciones; nuestra primera pregunta será: ¿cuánto tiempo tardó?; pero ello no será suficiente para nuestro cálculo, pues debemos conocer además la distancia que separa ambas estaciones.

En cualquier clase de movimiento que imaginemos: el de un andador, el de una estrella o el de las partículas de electricidad que contienen los átomos, nos referimos siempre al tiempo y al espacio. Luego veremos que interviene también otra cosa: la masa; pero conviene empezar por aquellos dos factores. Ante todo nos es preciso un modo de medir el tiempo, y si bien esto nos parece ahora cosa muy sencilla, muchos hombres de clara inteligencia tuvieron que esforzarse por resolver el problema antes de que fueran inventados los relojes. Ya conocemos las leyes del péndulo, que sirve de base para la construcción de mecanismos de relojería.

Sabemos también que en nuestro cuerpo hay una especie de reloj, que es el pulso, cuyos latidos, cuando estamos sanos, son casi tan regulares como las oscilaciones del péndulo.

Hay quien cree que nuestra noción del tiempo tuvo por origen esa especie de sensación producida en nuestro propio cuerpo por los latidos del corazón y del pulso. Sin embargo, es evidente que la idea que tenemos del tiempo ha de fundamentarse en algo más concreto o de mayor amplitud, y, al parecer, lo más adecuado es el día y la noche. Aunque los períodos alternativos de luz y de oscuridad no son constantes, lo es la rotación de la Tierra sobre su eje.

Verdad es que ella se va haciendo más lenta a través de las edades, porque, según hemos visto, las mareas producen el efecto de un freno; pero esta disminución es tan leve que podemos considerar la duración del día como algo fijo y constante.