REPTILES Y ANFIBIOS


Considérase al reptil como el más vil de todos los animales, y por analogía llamamos reptil al hombre falso y adulador. Pero esta significación no es justo que se aplique a los verdaderos reptiles, ya que, al fin y al cabo, descienden de una antigua e importante familia, más antigua, sin duda alguna, que aquella a la cual pertenece el hombre. Sabemos que los reptiles aparecieron en la Tierra después de los peces y mucho tiempo antes que el rey de la Creación. La generalidad de las gentes creen que la clase de los reptiles se compone solamente de culebras u ofidios; pero éstos no son más que una parte del grupo. Probablemente, si al aficionado a comer sopa de tortuga li> decís que se alimenta de reptiles, sentirá cierta repugnancia, y, sin embargo, nada más cierto, porque la tortuga es un reptil. Hay muchísimas formas de reptiles, grandes y pequeños, útiles y dañinos, como veremos en este relato ilustrativo del erróneo concepto que de ellos tenemos.

¿Qué es un reptil? Es un animal que tiene la sangre iría, anda arrastrándose, su piel es escamosa y puede estar cubierto por un caparazón, como ocurre con las tortugas. Respiran durante su vida por pulmones como nosotros, en lo cual se diferencian de los peces, que respiran el aire del agua por medio de sus branquias.

Muchas personas creen que la rana es un reptil; y no es así. La rana es un anfibio, es decir, un animal que comienza su vida como los peces, en el agua, y mientras vive en ésta, respira por branquias, hasta que después se le desarrollan los pulmones y respira el aire atmosférico.

Reptiles son, además de las tortugas terrestres y marinas, los lagartos, las culebras y los cocodrilos. Antes había muchas más formas de reptiles que las que hoy existen; algunas se han extinguido enteramente y entre ellas las de mayor tamaño. Había lagartos gigantes, con muchos y terribles dientes, seres de largo cuello y cortas colas que podían vivir así en la tierra firme como en el agua, y que mataban y se comían a otros reptiles. Había monstruos que vivían exclusivamente en el agua, tan corpulentos como las ballenas, cuyas patas y brazos les servían de remos, y cuya estructura y costumbres los acercaban a los anfibios y a los mamíferos terrestres. Existían enormes lagartos provistos de picos, como los que podían tener las aves más monstruosas, y saurios parecidos a tremendos cocodrilos de 24 metros de largo y 9 metros de alto, armados de dientes desmesurados. Había, en fin, enormes reptiles voladores, algunos de los cuales tenían alas de siete metros de punta a punta y grandes picos dentados. Es una fortuna que todas estas especies hayan desaparecido. Sin duda hay aún en el mundo serpientes y cocodrilos muy dañinos; pero son seres inofensivos, comparados con los espantosos gigantes de otras épocas.

Nuestros reptiles actuales no tienen ni las extraordinarias dimensiones ni la feroz voracidad de sus antepasados. Para saber fijamente cómo eran, necesitamos hacer excavaciones en las rocas, que en tiempos muy remotos fueron el barro donde, al morir, quedaron sepultados aquellos monstruos. Pero todavía vive en nuestros días un reptil que apenas parece haber cambiado desde entonces, el cual nos da una lección viviente que permite explicarnos la historia de millares de años. Este reptil es el esfenodonte o hatería, llamado también tuatara, que se parece a un lagarto, sin serlo. Es un descendiente de los antiquísimos reptiles, y apenas ha experimentado cambio alguno. Conforme nos enseña la historia, muchas familias proceden de una sola, toman diferentes nombres, van a distintos países, siguen diversos oficios, y acaban diferenciándose de sus progenitores en numerosos aspectos. Con el transcurso del tiempo, los miembros de una familia quedan totalmente modificados: en efecto, como resultado de una serie de casamientos que se suceden de generación en generación, suelen perder el nombre de la familia primitiva. Pero puede darse el caso de que viva un hijo de esa familia que tenga otros hijos, y éstos otros, y que, de generación en generación, se perpetúen en diferentes lugares, pero conservando su nombre y sus caracteres a través de todos los cambios del mundo, de tal manera que sea posible hallar en un villorrio un último descendiente directo del primer tronco.