LAS PARTES DEL OJO


Cuando examinamos un ojo, lo primero que observamos es que su parte anterior es transparente. Esta parte, transparente y redonda, se llama córnea. Si miramos con atención una córnea, veremos que es prominente y que su curvatura no es la misma que la del resto del globo del ojo. Esta conformación de la córnea es muy importante, a causa de la influencia que ejerce en los rayos luminosos que la atraviesan, y obra como la superficie curvada de la célula ocular de una hoja.

La transparencia es la primera y más importante condición de la córnea, por lo que no contiene vasos sanguíneos, ni pequeños ni grandes, pues la presencia de corpúsculos rojos o blancos dificultaría el paso de la luz. Pero la córnea es viva y, por tanto, debe ser alimentada; los materiales nutritivos los recibe de la red de vasos sanguíneos que se encuentran a su alrededor. La córnea está también provista de nervios, la mayor parte de los cuales se dirigen hacia su superficie externa para hacerla muy sensible.

Esta cualidad es necesaria, para que la menor mota de polvo que caiga sobre ella, y que podría perjudicarla, sea expulsada por las lágrimas y las pestañas. Únicamente cuando -como con excesiva frecuencia sucede- a un obrero le sobreviene lo que se llama vulgarmente un “fuego” en el ojo, una queratitis, inflamación de la córnea, corre grave riesgo de que al reponerse de la dolencia la porción de la córnea afectada quede perpetua e irremediablemente opaca. Así pues, si algo de esto ocurre, los vasos sanguíneos se extienden desde el borde de la córnea hacia su interior para ofrecer a la parte enferma nutrición y otros materiales que necesita para reponerse; pero, en cambio, estos vasos sanguíneos impiden también el libre acceso de la luz.

Ya se ha conseguido, con el mejor de los éxitos, extirpar un pedazo de córnea, que se había hecho opaca, e injertar en su lugar otra porción de córnea sana. Nos es muy conveniente darnos cuenta de la importancia y maravilla de esta porción del ojo. Toda la luz que vemos, debe atravesar la córnea; y, sin embargo, ésta es materia viva con todas las características de los seres vivientes, muy distintas de las de un pedazo de cristal curvo. Además, a pesar de que los párpados, pestañas y cejas y la pared ósea que rodea el ojo contribuyan todos a protegerla, está muy expuesta.

La córnea, por toda la circunferencia de su borde, penetra en el revestimiento blanco, espeso y fuerte del globo del ojo (la esclerótica), y es una porción especial de la misma, que se ha hecho transparente y se ha combado un poco hacia adelante para contribuir a enfocar la luz.

El revestimiento externo del globo del ojo (la esclerótica) es muy fuerte y resistiría una presión relativamente considerable. Si con los dedos nos palpamos un ojo, percibiremos que es muy tenso, y esta tensión, que está contrarrestada por la firmeza del revestimiento externo del globo ocular o esclerótica, es de grande importancia para la visión.

Ahora bien, si miramos un ojo de cualquiera persona, veremos algo a través de la córnea transparente; un anillo redondo y pigmentado que tiene en su centro un hueco negro, pequeño o grande. El anillo pigmentado es el iris, que es de naturaleza muscular, y el hueco del centro es la pupila. Ésta parece negra porque es la abertura que conduce a la cámara oscura o anterior del ojo, que es realmente idéntica al interior de una cámara. Ahora bien, si observamos el corte longitudinal de un ojo, veremos que existe un espacio bastante ancho entre la cara posterior de la córnea y el iris. Tal espacio está lleno de un líquido claro, el humor acuoso, que la luz tendrá que atravesar antes de llegar a la pupila.