Usos para los que la naturaleza ha dispuesto distintas clases de ojos que estudiamos


Cuando se han de mirar objetos lejanos, el ojo de larga vista no experimenta fatiga alguna. Se encuentra tan bien como el ojo miope lo está en el género de vida que llevamos la mayor parte de nosotros hoy día.

Pero ha de venir el tiempo en que, al decidir a qué hemos de dedicar nuestros hijos, nos preguntemos antes de decidirnos: ¿para qué lo ha formado la naturaleza? Tal vez entonces, sin dejar de atender las restantes circunstancias, meditemos dos veces antes de enviar al pupitre de un escritorio a un muchacho présbita en vez de mandarlo a bordo de un buque. Pero por el presente domina la idea de que todos los niños son iguales, que todos necesitan el mismo tratamiento y que iguales disposiciones presenta el présbita que el miope. No obstante, no podemos prescindir de procurar que de lo que hagamos con el niño no resulte perjuicio, y, sin embargo, es muy fácil que resulte así, y enseguida vamos a ver por qué.

El ojo de larga vista es, como hemos dicho, demasiado corto de delante atrás y el foco no llega a formarse, porque se formaría más allá de la retina. Ahora bien, si un ojo de esta clase se emplea en trabajos minuciosos, está en un esfuerzo constante del que fácilmente sobreviene una fatiga excesiva, porque los músculos, situados en su interior, están en todo momento en acción, a fin de alterar la forma del cristalino y conseguir que el foco se forme a distancia conveniente. De manera que el ojo présbita necesita en toda ocasión de los músculos del interior, por lo que el cansancio no tarda en sobrevenir, y toda persona présbita puede dar cuenta del dolor de cabeza que le sobreviene después de un trabajo que un ojo miope hubiese podido llevar a cabo sin el menor esfuerzo.