MIGRACIONES DE LAS PLANTAS


Conocemos ya algunos de los varios medios de que se valen las plantas para enviar lejos de sí las semillas, con el objeto de diseminar la especie y propagarla. Pero, a los procedimientos descritos anteriormente, hemos de añadir otros no menos curiosos, que sin duda ofrecen también gran interés.

Las hierbas que vemos en los campos, tal vez no crecieran allí desde siempre sino que, por el contrario, es probable que algunas especies que hoy los invaden fueran desconocidas en los pasados siglos, y que en época reciente haya venido la semilla y arraigado en nuestro suelo, donde, si las condiciones particulares de éste han sido favorables a su desarrollo, puede ser que de tal modo prosperen estas hierbas importadas, que llegan a causar mayor perjuicio a nuestros campos que los que infligieron en su patria de origen.

Las plantas realizan a veces viajes más largos de lo que pudiera suponerse: recorren hasta miles de leguas, desde el sur de África hasta Australia, y desde el norte de Europa hasta las islas desiertas del océano Antártico. Pero, ¿cómo es que consiguen ellas atravesar los mares y llegar a esas tierras lejanas? Algunas de ellas van en buques; las aves se encargan de trasladar otras que van dejando en los países por los que pasan y se detienen a descansar, pues no podrían llegar a destino de un vuelo; otras las han transportado consigo los emigrantes, para que las florecillas silvestres de la patria les alegren en el país de adopción y suavicen su destierro, recordándoles la tierra nativa. Por ejemplo, diose una vez el caso de cierto escocés, que abandonó su patria para establecerse en Australia y llevó consigo unas semillas de cardo y otras plantas. Las sembró, éstas prosperaron de tal modo, que excitaban la admiración de todos, y sus compatriotas, emigrados como él, acudían de muchas leguas a la redonda para ver aquella planta de la querida Escocia, y quisieron también plantar semillas. Pero, ¿qué sucedió? Que a los pocos años la comarca se había convertido en un extenso cardizal, y los infelices colonos no se sintieron por cierto inclinados a bendecir el nombre de quien había empezado aquella siembra tan peregrina.

De modo parecido se introdujo el berro en Nueva Zelanda. En los países de clima frío o templado, no llega nunca a causar perjuicios por su propagación excesiva, puesto que se lo encuentra solamente en las húmedas márgenes de los ríos o en los estanques poco profundos. Pero de tal manera se extendió en su nueva patria, invadiendo fuentes, arroyos, estanques y ríos, y tal tamaño y vigor alcanzó, que llegó a dificultar y hasta impedir la circulación de embarcaciones por estos últimos.

Emigrantes fueron quienes, de intento, introdujeron estas plantas en nuevos países; pero en muchísimos casos no ha intervenido para nada en ello la voluntad del hombre. Años ha, antes de que América del Norte estuviera tan poblada como en la actualidad por la raza blanca, el llantén, planta de origen europeo, había encontrado medio de introducirse en aquel país. En Europa no se come el llantén, y como tampoco tiene éste hermosas flores, nadie habría de tener interés en introducirlo en su patria adoptiva. Pero con los inmigrantes vino la semilla al Nuevo Mundo: en los bosques y praderas brotó el llantén, y habiendo notado esta particularidad, los pieles rojas que poblaban el país, apellidaron a la planta el pie del hombre blanco.