Si una planta produce millones de semillas ¿por qué no se extiende por toda la tierra?


Una sola cápsula de la amapola contiene innumerables semillas pequeñísimas; la digital o dedalera esparce a su alrededor como millón y medio de semillitas; y, a pesar de eso, si examinamos año tras año el terreno donde crecen, encontramos aproximadamente el mismo número de plantas de amapola o dedalera. En los bosques existen hoy, aproximadamente, los mismos árboles que crecían allí hace diez años, y tal vez no más que los que había en el pasado siglo; la razón de ello es en realidad muy sencilla.

Cada planta tiene sus enemigos: otras plantas, insectos, aves y toda suerte de animales que devoran las semillas, matan los tiernos vástagos y causan innumerables perjuicios a la planta ya desarrollada. Cuanto mayor es el número de peligros que la amenazan, tantas más semillas ha de producir, a fin de que algunas, al menos, lleguen a germinar, crecer y dar semillas a su vez para la conservación de la especie. Si paseamos en otoño por los prados donde florecen las dedaleras, veremos el suelo literalmente cubierto de tiernas plantas que brotan alrededor de las antiguas cuyas flores nos han alegrado en verano.

Y si consideramos el tamaño que alcanzan las hojas de la dedalera, antes de producir los tallos que han de dar flores, comprenderemos fácilmente que no hay sitio para tantas plantas. ¿Qué sucede entonces? Como algunas de ellas son más fuertes y vigorosas que las demás, ocurre que, a expensas de éstas, sobreviven las primeras, que prosperan mientras las otras se debilitan y mueren. Por esta causa se inclina al soplo del viento el tallo de la planta madre y trata de arrojar lejos de sí las semillas, para que sus tiernos vástagos tengan terreno suficiente donde crecer y dar flores. A pesar de esas precauciones, morirán los individuos más débiles, en provecho de sus vigorosos hermanos, que atraerán hacia sí las sustancias nutritivas del suelo.