La lucha por la existencia entre los árboles del bosque


Ruda es la lucha entre aquellos diminutos arbolillos, hasta que uno de ellos logra vencer a los demás y dominar en el espacio que ocupaba el pobre árbol grande caído. Los robles y encinas no quieren que haya entre ellos el menor trozo de terreno inútil, y para hacerlo productivo y extender sus dominios dan enormes cosechas de bellotas.

Lo que hemos dicho acerca del roble y de la dedalera puede aplicarse a todas las plantas. Apenas hay una entre ellas que alcance su completo desarrollo sin haber tenido que luchar ferozmente por su existencia. Hasta las bellotas que las aves dejan caer en mitad de un campo, o que llegan allí por cualquier otro medio, han de entablar ruda lucha con las hierbas apenas germinan, y al alcanzar las nuevas plantas algunos centímetros de altura, están de tal modo expuestas a ser aplastadas por el ganado, o comidas por éste, que casi será milagro que logren escapar con vida de tantos peligros.

Millares de arbolillos nacen de semillas aladas, que el viento arrebata a sus padres y transporta a grandes distancias. A veces sufren durante años enteros el daño que les causan las vacas y ovejas, que devoran los tiernos retoños, de manera que no sobresalen casi nunca de la hierba que los rodea. Pero si las semillas caen en los setos, es más fácil que prosperen los arbolillos, si consiguen abrirse paso entre los espinos y zarzas, para recibir el aire y la luz del sol. Allí están al abrigo de los atropellos del ganado; pero han de luchar también contra las innumerables plantas, que tratarán de ahogarlos, aunque, si es vigoroso, el tierno vástago las vencerá y crecerá más lozano cada día.

Tanto en el continente europeo como en el americano existen grandes extensiones de bosques con variedades de árboles que cambian según el clima y la altitud con respecto al nivel del mar. Así las coníferas que se dan en los países húmedos y fríos de Europa septentrional, aparecen en América en el extremo sur del continente, sobre las laderas andinas, que ofrecen el espectáculo siempre deleitoso del bosque, para solaz del hombre y también fuente de trabajo.

Cuando caminamos por el bosque sintiendo cómo penetra en nosotros la sensación de paz y tranquilidad que de él se desprende, no pensamos en las luchas sordas que se desarrollan en el seno de esas sombrías extensiones que albergan tanta vida y cuyo estudio se hace tan interesante. Para los legos, el bosque sólo es un sitio de recreo, un lugar escogido para la meditación, un centro de industrialización, también, cargado de riquezas y posibilidades.