SUIZA, CUNA DE DEMOCRACIAS


Uno de los rincones más atractivos del mundo es Suiza, el país de las nieves, las altas cumbres, la vida sencilla y los deportes invernales. Es también el refugio de la paz en una Europa que en menos de medio siglo se ha visto envuelta en dos guerras mundiales. Y no ha sido por lejanía que el país suizo ha permanecido al margen de la contienda: situado en el corazón de Europa, limita con Francia, Alemania, Austria e Italia, es decir, con algunos de los principales protagonistas de las trágicas contiendas. Empero, Suiza prefirió continuar la cotidiana faena laboral, antes que uncir sus jóvenes al carro de Marte.

Es por ello que el nombre de Suiza evoca para todos, junto a las imágenes de pródiga belleza, la serenidad constante de la paz.

De todas las naciones de la Tierra, de aquéllas allende el océano como de éstas tan sólo separadas por las marcas fronterizas, recibe Suiza anualmente millares de turistas. Los hay que repiten anualmente su. excursión, definitivamente subyugados por el esplendor del paisaje suizo; para ellos la palabra “vacaciones” es ya sinónimo de Suiza, y no trocarán por otro ese lugar de encanto.

No es difícil adivinar la razón por la cual es tan atractivo este reducido territorio. Tanto las compañías de ferrocarriles y las de transportes marítimos o aéreos, como los anuncios de algunas de las principales industrias de Suiza, convidan a gozar de la grandiosidad del panorama que en aquel país puede contemplarse, tan diferente del que están obligados a ver, por lo general, los habitantes de las grandes ciudades. Gigantescas montañas de blancura deslumbradora se destacan imponentes en el azul purísimo de un cielo extraordinariamente hermoso; y las oscuras manchas de los bosques forman bellísimo contraste con el vivo verdor de las praderas, las cuales, alfombrando las lomas de los montes, llegan hasta la orilla de extensos lagos, por cuyas aguas, de cambiantes colores, púrpura, azul, verde y oro, cruzan ríos de blanca espuma.

Si contemplamos con atención estas sorprendentes y hermosas formas del territorio de Suiza, comprenderemos al punto cuánta influencia ha tenido el relieve del país en la formación de su historia; y con cuánta razón puede éste repetir la conocida frase: “En mi figura llevo mi fortuna”, no sólo porque su gran belleza atrae cada año numerosos turistas que aojan allí gran cantidad de dinero, sino también, y principalmente, a causa de sus protectoras montañas, de sus fértiles valles y de sus útiles lagos, valiosos elementos que han hecho de Suiza, en el transcurso de los siglos, una nación robusta, libre y vigorosa. Viven actualmente en ella más de cuatro millones de habitantes, independientes en medio de los poderosos vecinos que los rodean y que en tiempos pasados hicieron no pocos esfuerzos por anexarse su territorio.

Antes de penetrar en la historia de Suiza (que viene a concretarse en la de sus relaciones con los países circunvecinos) procuraremos dar, con la ayuda de un mapa de relieve, a ser posible, clara idea de lo que es esta nación físicamente considerada. Vimos en otro lugar de esta obra que el macizo de los Alpes, la porción más elevada del continente europeo, se extiende por el centro de Europa, desde el Ródano hasta el Danubio. En Francia se halla su extremo occidental, en donde, al sur del lago de Ginebra, se levanta el pico más elevado de todos los Alpes, el Monte Blanco, a 4.810 metros de altura. El extremo oriental toca con el Tirol austríaco. Es la parte central de esas grandes extensiones de terreno que cubren más de la mitad del territorio suizo con sierras, muchos de cuyos montes levantan sus cimas más allá del límite de las nieves perennes. Entre otros, se encuentran el Monte Rosa, casi tan alto como el Monte Blanco; el Matterhorn, próximo a los límites de Italia; el Jung-frau, y muchos más, a unos setenta kilómetros al norte de la frontera.