EL ALIMENTO Y SUS USOS


Hemos visto ya que los músculos son una especie de hornos o calderas donde el combustible se convierte en energía mecánica, y que el combustible muscular es en realidad alimento. Pero la mayor parte de la alimentación que diariamente consumimos está destinada a los músculos, comprendiendo el corazón y los músculos respiratorios, y, desde luego, los de la locomoción y los de los brazos. Ahora bien, sabemos ya algo del mecanismo que existe en nuestros cuerpos para ingerir los alimentos y transformar las sustancias directamente útiles y aprovechables que contienen, de tal manera que puedan circular y ser transportadas a todos los puntos del organismo. Aquí debemos extendernos acerca de la composición de las sustancias nutritivas, averiguar por qué el pan es un excelente alimento, y la madera no lo es ni poco ni mucho; y qué debemos tener presente al escoger los alimentos que comemos.

En primer lugar, como el cuerpo puede considerarse en cierto modo como una especie de horno o caldera que convierte el combustible en fuerza, debe proveérsele de algo que arda, en la cantidad necesaria. El combustible no debe poder quemarse tan sólo fuera del cuerpo, cuando se le aplique una llama o cuando se arroje sobre ascuas o en un horno, sino también debe arder dentro del cuerpo y a la temperatura del mismo, que es muy baja si se la compara con la que engendra una llama.

Ahora bien, la madera arde, esto es, los elementos de que consta no están combinados con toda la cantidad de oxígeno que son capaces de contener, y se combinarán con él en cuanto las circunstancias sean favorables para tal combinación.

Pero la madera no ardería a la temperatura del cuerpo ni a otras mucho mayores, y así, aunque la leña sea un combustible a propósito para un horno, no lo es para el cuerpo humano. Lo mismo podría decirse del carbón, y aunque nuestros cuerpos consuman diariamente gran cantidad del elemento carbono, y tanto el carbón como la hulla contengan una proporción muy elevada de dicho elemento, tales materiales no arden a la baja temperatura del cuerpo. Podemos tomar polvos de carbón, o bizcochos que los contengan, como medicamento; pero ni un solo átomo del carbono de tales cuerpos se combinará con el oxígeno en nuestro organismo. Puede ser una medicina; pero no es un alimento.

Supongamos ahora que, sabiendo que el cuerpo necesita consumir carbono, tuviéramos que buscar donde hallarlo para tal uso. Si con este fin ensayásemos la hulla y el carbón, veríamos que no nos sirven; debemos, pues, recurrir a combinaciones que contengan menos oxígeno que el necesario para saturar por entero a dicho elemento. El anhídrido carbónico, por ejemplo, no serviría para tal objeto, porque es un compuesto completamente oxigenado. Ahora bien, el almidón es uno de los compuestos de carbono más abundante y, por tanto, más baratos; el almidón cumpliría quizá este cometido. No debemos imaginar que el almidón sirva tan sólo para dar tersura a la ropa planchada, sino que es también una de las sustancias alimenticias más importantes para la vida del hombre.

Sabiendo, como sabemos ya, que todos los seres vivientes constituyen una vasta comunidad, y que los animales dependen de las plantas y éstas de los animales, no dejaríamos de sospechar la utilidad del almidón al considerar que todas las hojas verdes de todas las incontables plantas existentes producen almidón al ser heridas por la luz solar. Si antes de la salida del sol tomamos una hoja y cubrimos una parte de ella con dos láminas de corcho, y la exponemos a la luz solar, y llegada la noche, después de quitar los corchos, lavamos la hoja con alcohol y la tratamos luego con una débil solución de yodo, veremos que toda la hoja toma un color azul, exceptuando la parte que los corchos habían cubierto, que permanecerá blanca. La razón del fenómeno es que la hoja ha estado formando almidón durante todo el día, exceptuando el lugar en el que los corchos impedían a los rayos solares el llegar hasta el tejido de ella. El alcohol arrastra consigo la clorofila, o materia verde de cada hoja, y entonces el yodo, que es el reactivo revelador del almidón, lo descubre dondequiera que se encuentre en la hoja, dándole un color azul en todas las partes que contengan la referida sustancia alimenticia.

Es útil la descripción de este experimento, porque nada mejor que él puede revelarnos la enorme importancia del almidón y la gran cantidad en que lo contienen las hojas verdes de las plantas.