LOS PUENTES


Nadie será capaz de asegurar a quién debe atribuirse la construcción del primer puente; pero no cabe duda de que la misma naturaleza fue la que dio al hombre las lecciones elementales sobre la manera de hacerlos, al presentarle troncos de árboles caídos y atravesados sobre arroyos o hendiduras de terreno. Tales fueron, sin duda, los primeros puentes que el hombre conoció y utilizó durante milenios.

La historia de estas construcciones es antiquísima. El primer puente que mencionan los escritos es el de Babilonia, sobre el río Eufrates, al que debieron de preceder, necesariamente, otros muchos de menor importancia; sin embargo, aquél data de fecha muy remota, tanto que se lo supone construido durante el reinado de Semiramis, unos 1.900 años a. de J. C. Era de gran longitud, y estaba formado por tramos rectos de madera sobre pilas de fábrica de ladrillos, con fundaciones de asfalto al estilo de la época. Se dice que los tramos eran movibles, a fin de poder cortar el paso durante la noche.

Ya los chinos construían, mucho antes de la era cristiana, puentes que tenían un arco central de altura suficiente para permitir el paso de pequeñas embarcaciones. Debido a su gran inclinación, solían estar provistos de escaleras que facilitaban el acceso. Los griegos los construyeron en gran número, tanto de madera como de piedra. Ello no obstante, puede afirmarse que los romanos fueron los primeros grandes constructores de puentes de la antigüedad. Verdaderos maestros en la materia, los edificaron hermosísimos, sobre arcos, algunos de los cuales todavía están en pie. Con ellos facilitaban las comunicaciones entre las diversas partes de su dilatado imperio. Los más extraordinarios fueron los famosos acueductos, destinados a suministrar agua a los grandes centros urbanos. En la época floreciente del imperio, se contaban hasta ocho puentes sobre el río Tíber, en las inmediaciones de Roma.

En España existen multitud de puentes de aquellos tiempos, entre los que merecen citarse: el de Salamanca, sobre el Tormes, con 27 arcos de 10 a 11 metros de luz; el de Mérida, sobre el Guadiana, con 64 arcos; el de Córdoba, sobre el Guadalquivir, reconstruido por los moros. El de Alcántara, sobre el Tajo, tiene 48 metros de altura desde el piso hasta el nivel ordinario de las aguas y 60 hasta el fondo del río; formado por seis arcos de medio punto, de los cuales dos tienen luces de 28 a 30 metros. Es de sillería de gran tamaño, sin mortero. Se construyó en el año 98 de nuestra era, por Trajano, y fue restaurado por Carlos I, en 1543.