PLANTAS ACUÁTICAS Y DE LAS LLANURAS


Existen ciertas plantas que solamente viven a corta distancia de las orillas del océano, y otras tan ávidas de la arena y del agua salada que las vemos crecer únicamente junto al mar o en el agua salada de algún pantano. Las hay que quedan casi enteramente cubiertas por la alta marea.

Muchas de estas plantas están caracterizadas por un rasgo especial, tanto si crecen en las estrechas fajas de arena y guijarros que hay entre las dunas y el lecho de algas depositado por las olas del mar, como si aparecen entre el cieno negruzco y maloliente de los pantanos salados. Este detalle especial consiste en que el contorno de su follaje, y a menudo de sus tallos, es en extremo sencillo, y tan lisa y suave su superficie que a veces llega a ser viscosa. Muchas de ellas son gruesas y carnosas, y algunas tienen de tal modo hinchado el tallo que presenta forma cilíndrica. Esta cualidad es también distintiva de las plantas que crecen en el desierto o en sitios salinos, y tiene por objeto economizar la mayor superficie posible, y conservar de este modo en los tejidos de la planta el agua, preciosa para ella, que podría evaporarse por los poros que a tal efecto tiene la superficie de las hojas. Ya sabemos que las plantas del desierto, y también las que crecen a orillas del mar, han de acomodarse a un suelo compuesto de tan ardiente arena que apenas se puede andar por ella con los pies desnudos, y que bebe sedienta el agua del cielo que de tarde en tarde la riega en forma de benéfica lluvia. Por esta razón, las plantas que gradualmente han ido adquiriendo follaje capaz de conservar el agua que puede acumularse en su parte superior tienen mayores probabilidades de sobrevivir en tan desfavorables condiciones, a pesar del ardiente sol y de la sequía.

Estas gruesas y jugosas hojas, debido a las condiciones de vida y a las características del suelo, tienen un sabor acre o salado; esta circunstancia, además de la cutícula gruesa Q de las espinas que posee la planta, la defiende del ataque de los animales. El más notable contraste existe entre estos desolados y áridos desiertos y las fértiles e inmensas praderas naturales que se encuentran en varios países, y cuya fresca hierba sirve de pasto a las vacas y ovejas, entre otros muchos animales. Tales verdes llanuras se encuentran en el sur de África, y en Australia, donde se apacientan innumerables cabezas de ganado; bajo el nombre de estepas las hallamos en las regiones meridionales de Rusia; en América septentrional se denominan praderas, y pampas en la Argentina. En estos últimos países vemos dilatadas llanuras que se extienden hasta más allá del horizonte, donde no se divisa un solo árbol entre la espesa hierba, porque están confinados en la montaña o en las riberas de los caudalosos ríos. Aunque en estas regiones sea escasa la cantidad de lluvia, cae bien repartida entre las cuatro estaciones del año, y, como mantiene así húmeda la superficie del suelo, favorece el desarrollo de la hierba. Durante el verano, florecen multitud de hermosas plantas en las pampas y praderas, gran número de las cuales encontramos cultivadas en jardines y glorietas. Antes de que el hombre civilizado hollara con su pie esta verde alfombra y estableciera en ella sus ranchos y casas de labranza, donde se cría ganado vacuno y lanar en prodigiosas cantidades, eran reyes absolutos de estos vastos dominios multitud de animales salvajes, que a su sabor los recorrían agrupados en manadas enormes, y que en la fresca y abundante hierba encontraban su alimento. El bisonte gigantesco dominaba en las praderas de América del Norte; los guanacos, avestruces, etcétera, cruzaban en todas direcciones la inmensa pampa argentina; en tanto que en Australia se veían grupos de canguros, y rebaños de graciosos antílopes en las llanuras de Asia y África. Entre estos animales inofensivos, que se nutrían sólo de hierba, hacían su presa los fieros leones, los voraces tigres y los pumas, lobos y otros carniceros, según podemos ver en la historia de los animales.

En las llanuras se han introducido numerosas plantas originarias de Europa, que llevaron consigo los primeros colonos, y de tal modo han prosperado en el rico y fértil suelo de su nueva patria que en ciertos lugares han logrado sustituir a los primitivos vegetales. El cardo, la alcachofa, el hinojo, la bardana y algunas especies de hierbas forrajeras se cuentan entre las más notables, porque alcanzan considerable altura en su suelo adoptivo. Las distintas especies de cardo, en particular, tienen difusión extraordinaria en determinados lugares, hasta el punto de que no queda espacio para ninguna otra planta. El hinojo, que no llega en Europa a más de un metro de elevación, tiene a veces en otras regiones, una gran altura.

Entre las plantas de Chile, Argentina y otros países de América del Sur, que se hallan comúnmente en los jardines e invernaderos de otros países más fríos, pueden mencionarse las lindas nicrembergias entre las que se encuentra el chuscho que es tóxico para el ganado, la barba de tigre o quinaquina, arbusto sin hojas, con ramas verdes y aguzadas, flores blancas, y cuya corteza se usa en medicina popular contra la fiebre; el curamanuel o espina de cruz, parecido al anterior, con las ramas y espinas rígidas y aplanadas, así como el amancay de hermosísimas flores amarillas o anaranjadas, y otras muchas. Algunas de esas plantas poseen bastante resistencia como para vivir al aire libre aun en climas rigurosos.

No debemos omitir aquí el nombre de otra planta originaria de América meridional, el pino de Chile, araucaria a quien los indígenas dan el nombre de pehuen. Es un árbol de hasta 20 m de altura, cuyas ramas están cubiertas de hojas puntiagudas y coriáceas, las cuales se conservan verdes por espacio de unos quince años

en el árbol, duración, en verdad, extraordinaria. El fruto presenta la forma de un cono, de tamaño algo menor que la cabeza de un hombre; se compone de grandes y duras escamas, parecidas en su figura a las hojas, las que protegen a las semillas, no más pequeñas que almendras, y que sirven de alimento a los indígenas de las regiones meridionales de Chile, en cuyas montañas crece este árbol; su madera se emplea en distintos usos y para obtener papel.