LOS GRANDES PECES DEL MAR Y DE LOS RÍOS


El estudio de los peces nos ofrece un tema de los de mayor extensión en el conocimiento del reino animal. Hay en el mundo por lo menos 12.000 especies distintas de peces, y en las rocas se han encontrado restos de otras mil, que vivieron en períodos anteriores.

Es natural que, al considerar los grandes peces del mar, fijemos primeramente la atención en los escualos llamados vulgarmente tiburones, precisamente los que menos desearíamos encontrar en el agua. Las mandíbulas del tiburón son tan potentes, que de un mordisco pueden partir a un hombre por la mitad; pero aun este mismo género de muerte es acaso menos espantoso que los medios empleados por el terrible pez espada para matar a sus víctimas.

Vamos a dar a conocer en este artículo las costumbres de los tiburones, tanto de los grandes como de los pequeños. Algunas especies de los primeros no acometen jamás al hombre, si éste no los provoca; a pesar de su enorme corpulencia, tienen dientes pequeños y flotan perezosamente en !a superficie del agua, contentándose con comer a los peces de menor tamaño que van nadando en cardúmenes, y aun a seres más diminutos, del grupo de los invertebrados. Los hay de más de doce metros de longitud, cuya boca grandísima les permite tragar de un bocado una cantidad enorme de alimentos. Se los pesca para extraer su aceite, que en las especies de que hablamos llega a una tonelada y aun a tonelada y media. Se los conoce con el nombre vulgar de tiburón ballena.

El más temible de los escualos es el llamado jaquetón. Los individuos pertenecientes a esta especie alcanzan unas dimensiones sólo superadas por las del tiburón ballena. Se ha disecado uno que tenía cerca de 10 metros; pero distaba mucho de ser el mayor de los conocidos. Era, sin embargo, de un tamaño suficiente para causar muchísimo daño. Los tiburones tienen en la boca varias filas de dientes situadas una tras otra; estos dientes son sustituidos por otros, cuando se han gastado o caído, como sucede con los de las serpientes. El tiburón, para moverse dentro del agua, no se vale de la cola solamente, sino que avanza, lo mismo que las anguilas, mediante una serie de contorsiones, sirviéndole sus grandes aletas dorsales para guardar el equilibrio, las pectorales como timones y las caudales para avanzar.

La boca del tiburón, según todos sabemos, está situada en la parte inferior de la cabeza, de manera que es preciso que el animal, para morder su presa, se vuelva sobre el costado; precisamente en esa circunstancia se funda uno de los modos de defenderse contra esos monstruos. Cuando un hombre dentro del agua se ve acometido por un tiburón, puede salvarse zambulléndose en el momento en que el enorme pez se vuelve, y hundirle luego un cuchillo en el vientre; pero son pocos los que tienen suficiente presencia de ánimo para realizar semejante hazaña.

Los grandes tiburones son seres atrevidos y tenaces; siguen durante semanas enteras a los buques veleros, dando pruebas de una admirable fuerza muscular. Existe entre los marinos la creencia supersticiosa de que cuando a un barco le siguen tiburones es señal de que alguien va a morir a bordo. Esto, como se comprende, carece de fundamento; los tiburones siguen a los barcos para devorar los desperdicios que los tripulantes tiran al mar. Si por desgracia un hombre se cayese al agua en tales casos, puede darse por perdido, pues el temible escualo lo devoraría o, por lo menos, le arrancaría algún miembro.