La ferocidad del congrio, y el peregrino pez cinta de las grandes profundidades


Los congrios son muy feroces. Cuando se les saca del mar con el anzuelo, siguen luchando dentro de la barca y muerden a los pescadores con la furia de un perro de presa. Las anguilas de mar no se nutren sino de carne fresca, pero las que remontan por los ríos y torrentes no se contentan con devorar pequeños animales acuáticos y los huevos de otros peces, sino que comen con avidez la carne de cualquier cadáver que flote sobre las aguas.

Puede verse, en ocasiones, cierto pez, que a primera vista parece una anguila, y cuya forma especial le ha valido el ser conocido con el nombre de pez-cinta. Su cuerpo largo y delgado semeja, efectivamente, el de una anguila; pero cuando se le examina con más detención, se observa que, si bien alcanza una longitud hasta de 4 y 6 metros y una anchura de 30 centímetros, su grueso no pasa de dos o tres centímetros. Pertenece al grupo de los peces de aleta espinosa y está relacionado con otro pez extraño que presenta sobre el hocico una especie de espina o gancho encorvado hacia atrás, por encima de la cabeza; pero el tamaño de éste no alcanza sino la tercera parte del de aquél.

El pez-cinta, según se cree, ha dado origen a muchas fábulas relativas a la serpiente de mar. El sabio sir Richard Owen, que no creía en la existencia de tales serpientes, pretendía que la supuesta aparición de uno de esos monstruos se explicaba por la presencia de un pez-cinta solazándose por encima de las olas. Tal vez Owen tuviera razón; pero el caso es que desde entonces se ha averiguado que los peces-cinta no pueden vivir más que a grandes profundidades, viéndoselos únicamente en la superficie del mar cuando están muertos o moribundos. Y por lo que atañe a las serpientes o culebras de mar, son seres reales y están clasificados en el grupo de ofidios llamados hidrófilos, si bien las de tamaño monstruoso, capaces de atacar a las embarcaciones, son pura ficción.

El cuerpo de los peces-cinta que el mar arroja a las playas se presenta tan deformado, a causa de haber cesado la enorme presión a que se hallan sometidos en las profundidades del océano, que es imposible sacarlos del agua sin que su carne se haga pedazos. Esa carne, cuando son jóvenes, es tan sumamente tenue y gelatinosa que se desharía al menor choque; y de ahí que los peces-cinta vivan en el fondo de mares muy profundos, donde el agua casi no se mueve nunca.

A pesar de lo que dejamos dicho sobre las serpientes de mar, en el transcurso de varios siglos han sido muchos los que pretendieron haber visto uno de esos monstruos; pero, por lo regular, se ha hallado la explicación de tales hechos, demostrando que los testigos de los mismos se habían equivocado. Un par de tiburones que naden a flor de agua con las aletas levantadas han sido, en ciertas ocasiones, confundidos con una enorme serpiente de mar; mientras en otras, los marineros se han figurado que era serpiente una hilera de delfines juguetones que avanzaba por encima de las olas. Asimismo no cabe dudar de que los enormes pulpos que algunas veces se ven en el mar han sido causa de más de una fábula y de numerosos errores.