ESCLAVOS CÉLEBRES


Antiguamente no había país en el mundo donde no existiesen esclavos; y aun en algunos países había más esclavos que gente libre. Los hombres eran dueños de otros hombres, como hoy se es dueño de una bestia; y estos pobres esclavos, verdadera carne de mercado, debían obedecer ciegamente a su dueño.

En nuestro tiempo, una persona puesta al servicio de otra no es en realidad esclava; sirve a su amo libremente, esto es, da su trabajo a cambio de dinero, alimento, albergue, etc. Si un criado desobedece a su amo, no puede temer más que ser despedido y verse obligado a buscar otro empleo; mas no recibirá ningún otro castigo arbitrario, porque es hombre libre y está protegido por la ley de su país. Mas, en el régimen de la esclavitud, las leyes comunes no protegían al siervo contra las injusticias y crueldades del señor o dueño. Si alguien hacía daño o mataba a un esclavo, debía pagar su valor al dueño; pero si éste golpeaba a su esclavo, y hasta llegaba a matarlo, nadie tenía el poder de castigarlo, según sucedía en algunos países, pues el esclavo era considerado como una cosa de la cual podía disponer el amo a su capricho.

No debemos pensar que tales enormidades fueran sólo propias de tiempos remotos; hace apenas cien años, hombres blancos y cristianos vendían y compraban negros, separando a las madres de sus hijos, a los hermanos de sus hermanos, con no mayor consideración que si hubiesen sido bueyes o caballos. Felizmente, tan indigno tráfico ha cesado. En tiempos remotos, nadie encontraba extraño que hubiese esclavos; todavía más: se creía que no era posible la existencia de la sociedad sin ellos.

Así, al menos, lo juzgó Aristóteles, que fue una de las más claras inteligencias de la antigüedad. Cuando una nación o tribu vencía a otra, tenía el derecho de hacer prisioneros o cautivos a los vencidos, pero éstos eran luego esclavos de los vencedores, que los empleaban en el cultivo de las tierras conquistadas, o bien, los conducían a otros países, en los que eran vendidos a título de lucro.

Muchas veces se organizaban cuadrillas de ladrones que raptaban hombres y mujeres y los llevaban a comarcas lejanas para venderlos allí.

Eran frecuentes estas fechorías aun en tiempos relativamente próximos, hace doscientos años, en las poblaciones situadas a lo largo del Mediterráneo. Piratas musulmanes del África septentrional, de Trípoli, de Túnez, de Argel, de Marruecos, aparecían de improviso en velocísimas naves, y de noche caían sobre los pueblos indefensos y arrebataban mujeres y niños, quienes terminaban su vida en la esclavitud y en los harenes de los ricos.

Imaginémonos la terrible suerte de aquellos infelices, sometidos a un amo déspota, que tenía sobre ellos el derecho de vida y muerte. Sin embargo, no todos los señores eran inhumanos; habíalos buenos y generosos, que trataban muy bien a sus esclavos, especialmente a aquellos que de más cerca los servían; y estos esclavos, bien tratados, desempeñaban su servicio con más gusto. Así, sucedía a veces que un siervo ganaba las simpatías de su amo, llegaba a ser su amigo y obtenía luego la libertad, y con ella cuantiosas riquezas. En este capítulo leeremos algo de estos hombres que, aunque esclavos o nacidos en la esclavitud, dejaron tras de sí gloriosa fama en la historia.