Los trenes del mundo. El ferrocarril transandino


Después de la muerte de Stephenson, grande y poderoso ha sido el impulso dado al perfeccionamiento y desarrollo del ferrocarril. Los inventores estadounidenses se contaron entre los continuadores más inmediatos de la obra iniciada por Stephenson. En 1830 construyeron la primera locomotora de vapor, que se conoce con el nombre de Best Frierd. Un año después, Peter Cooper construyó su famoso Tom Thumb, una máquina de vapor del tamaño de un automóvil pequeño, que pudo recorrer trece millas en menos de una hora y que arrastraba un coche con treinta y seis pasajeros. Muy pronto los técnicos advirtieron que los rieles de madera, sobre los cuales corrían las primeras locomotoras, no eran lo suficientemente resistentes como para soportar el peso de los vagones, pues, además, las ruedas, calentadas por el movimiento, destrozaban la madera. En 1840, el ingeniero norteamericano Roberto L. Stevens inventó el riel T, construido de acero. De acuerdo con su diseño, el riel, provisto de una base más ancha que la de los anteriores, se fijaba, con pernos de mayor tamaño, sobre tirantes transversales de madera. Esta innovación facilitó la velocidad de las máquinas y la seguridad del transporte. Otras modificaciones fueron paulatinamente introducidas también en el diseño mismo de las máquinas, tales como la barredora o rastrillo, destinado a quitar los obstáculos de la ruta; la campana y el silbato, y la cabina del maquinista. A Horacio Allen se debe la adopción del faro, en el cual se usaron distintos combustibles hasta que, en 1884, apareció el primer faro eléctrico. Westinghouse inventó el freno automático de aire y un sistema de señales de aire comprimido combinadas con dispositivos eléctricos; estos y otros inventos posteriores permitieron ir aumentado la velocidad y seguridad de los viajes en ferrocarril e hicieron que este medio de transporte se impusiera definitivamente. En nuestros días, vastas y densas redes ferroviarias cubren el suelo de casi todas las naciones, y continuamente ruedan innumerables trenes que unen la rapidez de la marcha a la comodidad y bienestar.

Acaudaladas y atrevidas empresas han realizado obras ferroviarias estupendas, salvando montañas, poniendo en comunicación pueblos con pueblos y llevando por todos los ámbitos del mundo la luz de la civilización.

Una de estas audaces empresas es el ferrocarril transandino, que une Buenos Aires, en la Argentina, con Valparaíso, en Chile. La iniciativa se debe a los hermanos chilenos Clark, quienes, hacia 1874, idearon el proyecto de una línea de Buenos Aires a la frontera de Chile. En la realización de tamaña obra, las mayores dificultades se encontraron en la gran zona andina, que se alza entre Mendoza y los Andes, en el antiguo camino del Paso de la Cumbre. Para salvar tal obstáculo se abrió un túnel de 3.165 metros de largo. El ferrocarril transandino tiene 1.424 kilómetros de recorrido, y en algunas partes es de cremallera, porque ha de subir empinadas pendientes. El viaje en este ferrocarril brinda los mayores goces que puede proporcionar la contemplación de la Naturaleza. Desde la vía, la vista descubre un panorama estupendo en el que el gigante de los Andes, el Aconcagua, con sus 6.959 metros de altura, levanta su majestuosa cima coronada siempre de nieve. Antes se necesitaban, para viajar entre las metrópolis argentina y chilena, de diez a quince días, tomando el camino del peligroso estrecho de Magallanes, so pena de aventurarse sobre las cumbres de los Andes, a veces intransitables. Hoy, el viaje entre Buenos Aires y Santiago de Chile o Valparaíso se hace por tren en poco más de 24 horas, con toda comodidad.