ALGUNOS ESCRITORES DE FAMA UNIVERSAL


El más grande de los poetas de la antigüedad es Homero, que vivió hace unos tres mil años y de cuyos incomparables poemas, La Ilíada y La Odisea, tratamos en otra parte de esta obra. Ambos poemas son de carácter épico, cantan las hazañas guerreras, el valor y exaltan las virtudes heroicas. Durante siglos el afán de los eruditos ha sido aprender el griego para leer en la lengua original esas joyas literarias y otras obras maestras escritas en una época anterior a la cristiana.

Puede decirse que Grecia fue la cuna del mundo civilizado de Occidente, y sus escritores los primeros que dieron vida artística a los pensamientos bellos. En su origen, los poemas homéricos son descripciones de las leyendas populares, fruto de la inquieta imaginación de pueblos antiguos; narraciones y fábulas inspiradas en aventuras de los hombres y los dioses, pues los griegos creían en una pluralidad de dioses y además divinizaban a los mortales que, al desaparecer de este mundo, dejaban tras sí fama de héroes.

El mismo Homero es una figura legendaria, ya que poco se sabe de su vida. Siete ciudades griegas se disputaban el honor de haberlo visto nacer. Sábese por tradición que el poeta recorría las poblaciones y recitaba en ellas las rapsodias que había compuesto, y que después de su muerte fue venerado como paladín. Los griegos dieron a uno de los meses del año su nombre; durante muchos siglos la poesía helénica inspiróse en sus cantos. Homero fue como la voz de una edad gloriosa y aún hoy, después de tantos siglos, no podemos leer sus poemas sin sentirnos conmovidos hondamente ante una de las obras geniales de la literatura.

Después de Homero, el más antiguo poeta griego, según Heródoto, fue Hesíodo, que vivió en el siglo ix a. de J. C. Era natural de Eolia; muerto su padre, alternó el cultivo de la poesía con el cuidado de sus bienes. Fue entonces cuando escribió Los trabajos y los días, poema didáctico-moral, exhortación al trabajo, tratado de agricultura y consejo a los navegantes, con un calendario de los días felices y de los desgraciados. Aunque menos brillante que la poesía homérica, tiene infinidad de rasgos que hacen atractivo este poema. Su Teogonía constituye un ensayo de sistematización de las concepciones cosmogónicas; narra la lucha entre los dioses nuevos y viejos, y tiene pasajes de gran mérito, como la disputa entre Júpiter y los demás dioses olímpicos con los titanes, la leyenda de Pandora, etcétera. Por último, en El escudo de Hércules, imita la descripción que del escudo de Aquiles hiciera el insigne Homero en La Riada.

Unos quinientos años después de Homero vivió Heródoto, llamado el Padre de la Historia. Era natural de Halicarnaso, ciudad famosa del Asia Menor, colonia entonces de Grecia. A la circunstancia de haber sido arrojado de su ciudad natal por un gobernante despótico, se debe tal vez el que fuese un gran viajero; por el Oriente, llegó a Persia, y por el Sur recorrió Egipto y las colonias griegas establecidas en las costas septentrionales de África. Profundo observador de las costumbres de los pueblos y sus monumentos, escribió detalladas narraciones de los países que visitaba. Viajó a Atenas, donde conoció a Pericles, el cual le indujo a escribir todo lo que había visto. De este modo compiló la historia de guerras antiquísimas, descripciones de ciudades y naciones que habían desaparecido hacía ya mucho tiempo y de las cuales -si no fuera por los viajes de Heródoto- no sabríamos cosa alguna. El estilo de las historias de Heródoto es agradable, natural y familiar; a veces han dudado los críticos si se debe dar crédito a esas narraciones, pero no puede negarse que gran parte de sus aseveraciones más estupendas e increíbles han recibido posteriormente alguna confirmación científica.

Heródoto, que inspiró a Tucídides el entusiasmo por los estudios históricos, había nacido en Halicarnaso el año 484 a. de J. C. y murió en Turio al sur de Italia en el año 410.