EL COLOR DE LAS ESTRELLAS


En nuestra contemplación de las estrellas, lo primero que podemos hacer es averiguar en qué región de la bóveda celeste se encuentran, qué brillo tienen y cuál es su color. Hay estrellas rojizas, otras amarillentas, otras de color azulado. Antiguamente, no obstante la gran variedad de colores que presentan las estrellas, nunca se les dio a éstos más importancia que la vinculada con la identificación de cada una de ellas. En la actualidad, merced al progreso de la Ciencia, se tiene un criterio sumamente distinto.

Es sabido que el ojo humano es el órgano natural que poseemos para estudiar los objetos celestes. También nos ayudamos con instrumentos que amplían el poder de nuestra vista. El telescopio aumenta nuestro poder visual y añade precisión a nuestras observaciones; la fotografía es un valioso auxiliar, por ser la placa fotográfica sensible a cierta clase de rayos luminosos que no pueden ser registrados por nuestra vista. Se comprende que por muy perfeccionado que sea un telescopio, no podrá brindarnos una imagen de una estrella que emite rayos invisibles para nuestra visión normal.

Los telescopios, aun los de mayor aumento, presentan a las estrellas como puntos luminosos; sabemos también que las estrellas son gigantescos cuerpos esféricos. Aunque por este motivo tendrían que presentarse a través del telescopio en forma de discos, se hallan a distancias tan enormes que, por ello, aparecen muy diminutas. Eso sí, el telescopio aumenta el brillo aparente de las estrellas, de modo que puntos apenas visibles a simple vista se destacan perfectamente a través de aquel instrumento. Basta mirar el cielo con un anteojo común de teatro, para descubrir que se ven muchas más estrellas que a simple vista.

Al ver mejor a las estrellas podemos estudiar con precisión sus movimientos, especialmente aquellos que nos permiten averiguar si en su proximidad existen otras estrellas que actúan sobre las primeras. También permite el telescopio, si está provisto de adecuados dispositivos, determinar la cantidad de calor que nos envía cada estrella, con lo cual se obtienen datos que ayudan a solucionar el problema de la masa y el tamaño de cada uno de esos astros.

Estas observaciones tan interesantes constituyen la llamada “Astronomía descriptiva”, rama de la ciencia que se ocupa de las observaciones exactas y minuciosas que nos permiten describir el aspecto de los astros. Pero queremos conseguir algo más todavía. No basta trazar mapas del cielo, ni catalogar las estrellas por su color, su brillo o su distancia. Todas las ciencias, ya se propongan estudiar los fósiles, los fenómenos atmosféricos o las estrellas, tienen por objeto algo ulterior a la simple descripción, por muy exacta e interesante que ésta pueda resultar.

Pretendemos llegar a la explicación de lo que vemos. Cierto es que no podemos darla sin antes conocer perfectamente los hechos que nos proponemos aclarar, razón por la cual comenzamos nuestras investigaciones por la parte descriptiva. En la antigüedad, cuando los hombres aún no aplicaban un método científico en sus estudios, pretendían interpretar los hechos sin antes haberlos estudiado en la Naturaleza.

Por lo tanto, sus explicaciones eran frecuentemente erróneas y hasta desorientadoras. Sabemos ahora que toda la Ciencia debe basarse en demostraciones exactas; pero conviene no caer en el extremo opuesto, figurarnos que con sólo describir una cosa la hemos explicado satisfactoriamente en su intimidad.

Si nuestra mente hace un paréntesis después de una actividad que permitió obtener nuevos datos, en el momento del reposo surgen dudas e interpretaciones que conducen a nuevos avances. Detrás de las causas aparentes que registramos con nuestros instrumentos, están las causas ocultas más remotas, que pueden ser descubiertas por la mente tras el análisis de los datos que se poseen.

No nos basta saber que tales o cuales estrellas se encuentran en este o aquel lugar, que poseen determinada velocidad, y tal brillo y tal color. Deseamos saber también, además de lo que existe en el espacio, cómo evolucionan los diferentes cuerpos que lo integran. Deseamos saber cómo vinieron a la vida en edades inconcebiblemente remotas, antes de la aparición del hombre y aun antes de la formación de la Tierra, y también en qué sentido evolucionarán después de nuestra muerte e incluso después de la desaparición del género humano. Bien sabemos que el telescopio y la fotografía han prestado, y prestan, grandes servicios a la Astronomía. Pero por sí solos no pueden responder a todas esas preguntas que se plantea nuestro espíritu.