MARAVILLOSA HISTORIA DEL GAS


En diciembre de 1804, el día de la consagración de Napoleón Bonaparte como emperador de los franceses, era apuñalado, en París, posiblemente por haber sido confundido con el Gran Corso a quien era sumamente parecido, el ingeniero Felipe Lebon. Este hombre, muerto trágicamente por equivocación, era un sabio que en 1797 había realizado un gran descubrimiento científico: la obtención del gas de alumbrado por destilación seca de la madera. Un rudimentario procedimiento le permitió ofrecer a los parisienses un espectáculo nunca visto, al encender en su casa y en su jardín multitud de guirnaldas luminosas. Lebon supo predecir las futuras aplicaciones de este maravilloso fluido, al decir de él que serviría, no sólo para el alumbrado, sino también para la cocción de los alimentos y para la calefacción de habitaciones, baños, hornos, etc. Pero como sus proyectos parecieron una locura a sus contemporáneos, el gran descubrimiento, que debía fructificar tiempo después, cayó en el olvido. En Gran Bretaña, mucho antes de Lebon, en 1739, John Clayton descubrió, por destilación seca del carbón de piedra, el gas de hulla, y, en 1767, Watson obtuvo sus principales derivados: amoniaco, alquitrán y coque. En 1786, Dundonald iluminó su vivienda con gas de hulla, y en 1804 Murdock instaló una fábrica de gas y suministró luz a una hilandería situada en Manchester.

Las primeras ciudades que aplicaron el gas para el alumbrado público fueron: Londres, en 1813; Baltimore, en 1817; París, en 1820; Barcelona, en 1826; Berlín, en 1829, y Madrid, en 1832. Después el gas comenzó a usarse para el alumbrado de edificios públicos y grandes mansiones particulares, y hacia 1875 este sistema de iluminación había alcanzado un enorme desarrollo.