PLANTAS PERJUDICIALES E INVASORAS


Existen multitud de hierbas que en su suelo nativo pasan casi inadvertidas, pero que, trasplantadas a un lugar extraño, de tal modo invaden los campos y orillas de los senderos que no dejan espacio alguno a las plantas indígenas.

Esas malas hierbas que vemos en los campos y que constituyen una verdadera plaga para los terrenos cultivados provienen con frecuencia de regiones muy lejanas. De distintas maneras efectúan sus largas travesías: una planta que un viajero lleva consigo en memoria del antiguo jardín que en su país rodeaba la casita en que vivía, da origen a otras mil en su nuevo suelo; otras nacen de una semilla que por casualidad cae de un vehículo cargado de ellas, o que alguien arrojó distraídamente junto a un campo, y allí germina; la cubierta de algunos frutos, espinosa o provista de anzuelos, se agarra a la lana o al pelaje de los animales, recorriendo así grandes distancias; en fin, de mil diversos modos, sencillos a veces y otras en extremo ingeniosos, se propagan y arraigan las plantas. No sólo los mamíferos, sino también las aves las extienden por toda la tierra. La mayor parte de las malas hierbas de que aquí hablamos son tan comunes que bastaría una mirada para reconocerlas. Descubriremos también que muchas de ellas pertenecen al orden tan dilatado de las campanuladas, el cual no sólo comprende las hermosas campanillas, de la familia de las campanuláceas sino también otros grupos, de los cuales el mayor es el de la familia de las compuestas, en la que están incluidos los cardos y los ásteres.

Esto se explica tal vez por la circunstancia de producir los miembros de estos grupos unos frutos secos y diminutos, llamados aquenios, cada uno de los cuales contiene una semilla invariablemente envuelta en el tubo del cáliz de la flor; los sépalos son deformes y de apariencia muy variada: ora se presentan recortados, ora imitando escamas o cerdas; ya duros, ya blandos, o bien rígidos como cuerpos espinosos.

En muchas compuestas el cáliz persiste transformado y forma el vilano, corona de pelos o de sedas que sirve para la diseminación de las semillas por el viento. Este curioso desarrollo del cáliz, que observamos a menudo, no tiene otro fin que procurar al fruto los medios para trasladarse de un punto a otro. Puede ocurrir que los nuevos frutos hallen, en cualquier otro sitio del campo, terreno apropiado a su condición y en él se desarrollen. El estudio de las malas hierbas comprende también el de sus semillas, y, aunque el labrador no busque en ese estudio más que la manera de destruirlas, por dañinas, nosotros hallaremos datos muy interesantes en la historia de tales plantas.