LAS MARAVILLAS DE LA SEDA


Un vestido de seda es cosa que gusta a todo el mundo, y es tenido en mucha estimación por lo rico de su aspecto. Seguramente le desagradaría a la persona que lo lleva recordar que está hecho por orugas. Claro está que las orugas no fabrican vestidos de seda, pero la materia que forma el tejido proviene de una oruga, a la que se da el nombre de gusano de seda. Así es como nos hemos acostumbrado a llamarla, del mismo modo que se llama con frecuencia gusano de luz a la luciérnaga. En el lenguaje vulgar suelen darse nombres erróneos a muchísimos animales; y de ahí, que cuando estudiamos la historia natural, nos podemos encontrar con algunas sorpresas al descubrir el verdadero carácter de esos seres.

La sustancia que constituye los hilos de seda es producto de una oruga gruesa, cuyo aspecto nada tiene de particular; y los niños que se entretienen en criar esa clase de orugas, pueden, si se les antoja, convertirse en pequeños negociantes en seda. El gusano que la produce necesita los cuidados del hombre, tanto como puede necesitarlos el canario encerrado en una jaula. Si se pusiera en libertad a los gusanos de seda que se crían cautivos, se morirían casi todos. Sin nuestra cooperación no podrían encontrar la subsistencia; y al mismo tiempo, tampoco nos sería dable a nosotros obtener sin ellos la seda. Sabemos obtener del alquitrán perfumes deliciosos; el químico, en su laboratorio, fabrica una infinidad de productos diversos, pero no alcanza con toda su ciencia a producir un hilo de verdadera seda. ¿Cómo ha sido, pues, que el hombre ha llegado a disponer de insectos tan maravillosos, utilizándolos para sus fines? Es una historia interesantísima; y, para referirla, hemos de remontarnos a varios miles de años antes de la era cristiana. Los primeros que conocieron la seda fueron los chinos. Averiguaron que podía tejerse con ella una tela para hacer vestidos, y hallaron el medio de sacarla del gusano. Observaron que el gusano de seda puede vivir y hasta prosperar teniéndolo cautivo, de igual modo que si estuviera libre, con tal de mantenerlo limpio y de nutrirlo con hojas de morera. Criaron, pues, los gusanos; y al convertirse éstos en mariposas, conservaron los huevos que ponían; cogieron luego los capullos que hilaban las orugas al envolverse en ellos; y, después de devanar la seda de que se componen esos capullos la utilizaron para hacer vestidos. Lo mismo que hacían los chinos con la oruga de la seda en aquel tiempo remoto, lo está haciendo hoy en día la gente de muchos países, y siempre con el mismo fin de obtener esa seda que se acomoda tan admirablemente a la confección de riquísimos vestidos. Veamos en qué consiste el proceso maravilloso, mediante el cual la naturaleza nos suministra la seda.