El líquido pegajoso que ha de convertirse en hebra de lustrosa seda


Durante el período entero de su crecimiento, se han ido formando y llenándose de liquido dos vasos o sacos grandes, colocados a lo largo y a cada lado del cuerpo de la oruga. El fluido pegajoso, contenido en esos dos sacos no ofrece nada de particular; y, si lo viésemos en su estado natural, es decir dentro del cuerpo del gusano, no sospecharíamos, con seguridad, el uso a que está destinado.

Esta sustancia pegajosa, que encierra el cuerpo del gusano de seda, es la que se convierte en las preciosas hebras que tanta fama han dado al insecto. En cuanto se dispone, digámoslo así, a hilar, la oruga deja de alimentarse. Si la observamos con atención veremos que del labio inferior salen dos filamentos diminutos de una especie de baba procedentes de los antedichos sacos. Conviene saber que esos sacos son conocidos científicamente con el nombre de glándulas serie íparas, y que el gusano de la seda es llamado científicamente Bombyx mori. El gusano empieza, pues, el hilado de su capullo haciendo salir por el orificio pequeñísimo, en que las citadas glándulas terminan cerca de la boca, dos filamentos sedosos. Si intentáramos sacar por fuerza del cuerpo del animal ese fluido pegajoso, no tardaría en solidificarse; pero, tal como lo manipula el gusano de seda, se convierte en unas preciosas y finísimas hebras. El gusano las reúne, formando con las dos un solo hilo, y es necesario valerse de un microscopio para notar que este hilo se compone de dos cabos; la oruga se construye, utilizando este material, una comodísima habitación de pura seda.

Para llevar a cabo su obra, tarda dos, tres, cuatro y hasta cinco días. El gusano, poco a poco, elabora su mansión, hilando con tal arte que por último queda encerrado y enteramente invisible. Mientras prosigue su labor va moviendo continuamente la cabeza con absoluta regularidad, sin descansar ni un momento, y sin que nunca le falte material.