EXTRAÑAS GUARIDAS DE LOS ANIMALES


Supongamos que todos los seres de la Naturaleza hubiesen recibido el don de la palabra; ¿cuál sería su canción favorita? Cualquiera que fuese, no es difícil imaginar que, en una u otra forma, haría referencia a uno de los temas preferidos por toda persona de sentimiento: el hogar. Para muchas especies de animales el hogar es cosa muy querida, y saben protegerlo y defenderlo aun a costa de los mayores trabajos y sacrificios.

Todos conocemos el apego que tienen a sus moradas los animales domesticados. El caballo, el perro, el gato, cantarían sus alabanzas con el mayor entusiasmo. Un caballo jamás olvida el lugar en donde algún día vivió. Cierta jaca, muy inteligente, al pasar por una ciudad en la que había vivido ocho años antes, se lanzó saltando hacia el establo de la casa en que habitó su dueño.

Un perro recorrerá centenares de kilómetros para volver al lugar donde ha sido tratado con cariño. El gato se encariña tanto con la casa, que a veces permanece solo en ella, después de haberse mudado la familia. Y no deben olvidarse los largos vuelos de la paloma mensajera para volver ansiosa a su palomar.

Es cosa sabida que todos los animales que ocupan un sitio en nuestras viviendas les muestran tanto apego como a las moradas que ellos mismos puedan construir. Y si es verdad que toda mujer ordenada y casera se siente orgullosa en su hogar y le gusta tenerlo limpio y cómodo, no es menos cierto que todos los animales, domésticos o silvestres, sienten gran afecto por sus residencias, en las cuales, a su modo, cuidan y miman a sus crías.

Considerando que los monos ocupan el lugar más elevado en la escala de los irracionales, podría esperarse que mostraran gran afición a construir y embellecer sus viviendas. Pero no es así. Los grandes simios se contentan con un tosco nido en el árbol que habitan; y ninguno de los monos de pequeña talla parece envidiar a los otros animales sus guaridas propias. Sin embargo, no debe extrañarnos esto, pues no ignoramos que el hombre mismo, antes de ser civilizado, se daba por satisfecho con las viviendas más rústicas. Una cueva le bastaba, hasta el momento en que los lobos y las hienas venían a poner fin a su existencia. A pesar de la superioridad de su inteligencia sobre la de los animales, la vivienda del hombre primitivo no era, ni con mucho, tan cómoda como la del topo o la del castor. No acusemos, pues, con ligereza a los monos, grandes o pequeños, porque sean negligentes en este punto.