EL ESPLENDOR Y GRANDEZA DE LA ANTIGUA ROMA


En nuestros viajes por las naciones del mundo antiguo, hemos mencionado frecuentemente la grandeza de Roma. La hemos visto poner fin a la vida independiente de Grecia, Egipto, el imperio cartaginés, y después ser el fundamento de la mayor parte de las nacionalidades de la Europa moderna. Sabemos que las vastas ruinas que aún se yerguen en diversos países eran, hace más de veinte siglos, exponente magnífico del poderío y la cultura de Roma, y que por todas las tierras donde se establecieron, quedan restos suficientes de sus tesoros artísticos, de sus libros, de sus armas e instrumentos de trabajo que, debidamente clasificados y estudiados, nos han dado un profundo conocimiento de aquel pueblo. Aparte de ello, sus leyes y su lengua, salvada ésta en parte de una muerte total, al ser utilizada por la Iglesia Católica, influyen en el mundo.

Los comienzos de la historia de ese pueblo poderoso, que de tal modo ha unido el pasado con el presente, debemos buscarlo en las estepas que llevan al corazón de Asia, desde donde iniciaron su marcha al Oeste los pueblos arios. Una tribu, probablemente de la misma rama que la de los helenos, habría atravesado las nieves de los Alpes para establecerse en la península, cuya forma semeja una bota de montar, y que actualmente llamamos Italia.

Gradualmente se habrían extendido por la nueva tierra varias olas de aquel incontenible alud humano: algunas se situaron en las alturas selváticas de los montes Apeninos, donde dominan los fuertes vientos, y desde cuyas cimas se precipitan a la llanura raudos torrentes por cañadas abiertas en la roca por la propia fuerza del agua. Otras tribus se establecieron en la fertilísima llanura; los latinos avanzaron hacia el Sur y ocuparon el Lacio, en las orillas del Tíber, en tanto que los úmbricos quedaron junto al Adriático septentrional. Al parecer encontraron ya establecido en aquellas tierras moradores más antiguos: los etruscos, pueblo vigoroso e inteligente, de diferente raza que los recién llegados. Positivamente no se sabe nada acerca de sus orígenes étnicos; nos han llegado datos de interés por sus tumbas, decoradas con estatuas y pinturas murales, y por multitud de vasos y elementos varios de cerámica, cuyos tonos rojos contrastados en negro recuerdan a los similares helénicos. También han quedado de ellos muchas inscripciones, pero su lengua es aún desconocida para nosotros, y su escritura indescifrable. Las primeras noticias que de ellos se tuvieron los presentan como más adelantados que los nuevos vecinos. Es probable que hayan tenido contactos comerciales con las colonias griegas establecidas en el sur de Italia y Sicilia, en la región llamada Magna Grecia. Se calcula que la ocupación de Italia por los etruscos debe haber sobrevenido unos diez siglos antes de J. C, y que se extendieron luego por toda la Toscana.

Los otros pueblos que habitaban la primitiva Italia, antes de la fundación de Roma, eran los ligures y vénetos, en el norte; los latinos, umbríos y sabinos ocupaban la zona central y eran inmediatos vecinos de los etruscos; moraban en el sur bruzos y griegos, y en Sicilia los sículos.

De todos ellos, excepto los etruscos, se destacaban los latinos o habitantes del Lacio. Formaron una liga y fueron gobernados por un rey residente en Albalonga, la ciudad capital.