LA BOCA Y LOS DIENTES


Como en los seres vivientes se verifica de continuo una combustión interna, todos ellos necesitan alimentarse, pues de lo contrario se consumirían. Esta necesidad la sienten de igual modo animales y plantas. Hay vegetales que cazan insectos con las hojas doblándolas cuando los tocan, y entonces esas hojas vienen a desempeñar el mismo oficio que la boca de los animales. Pero; dejando esto a un lado, siempre, y en todos los casos, la hoja de una planta hace las veces de boca, ya que una parte de su alimento -la constituida por elementos gaseosos- la toma del aire. De absorber el alimento líquido se encargan sus raíces; así, se puede decir que la planta está dotada de dos bocas adecuadas para aprehender sus dos clases de alimento.

En los animales inferiores de la escala zoológica, como por ejemplo las amebas, el alimento se ingiere por cualquier parte de la superficie de la célula que constituye todo el cuerpo del animal. Ya hemos visto que, cuando la ameba tiene cerca de sí algo que pueda servirle de alimento, en la región de su cuerpo más próxima al objeto surge una prolongación radial que le sirve de boca y que utiliza momentáneamente para coger la sustancia alimenticia.

Mas, a poco que avancemos en la historia de la vida zoológica, y con sólo subir unos grados de la escala, hallaremos ya una boca permanente, que aparece como parte definida de la estructura del cuerpo animal.

Si nos remontamos más y llegamos a los animales dotados de espina dorsal, vemos que la boca ya tiene forma y caracteres propios, y es órgano inconfundible. Estos animales, según ya sabemos, tienen sus huesos o su esqueleto en lo interior del cuerpo, mientras en los invertebrados, como la langosta de mar, por ejemplo, el esqueleto es su envoltura exterior.

Los vertebrados tienen la cabeza dividida en dos partes perfectamente distintas, el cráneo y la cara. Ésta se halla provista de ciertos orificios destinados a facilitar la entrada del aire y de los alimentos: son los que conocemos con los nombres de nariz y boca. Del esqueleto óseo de la cara forman parte integrante dos fuertes mecanismos óseos, que se llaman mandíbulas en el hombre, y quijadas en los irracionales. La mandíbula superior es fija: con el resto de la cara, se halla sujeta al cráneo. Cuando hablamos o mascamos, no la movemos jamás, y sólo participa del movimiento que hacemos con la cabeza. La inferior no está sujeta al cráneo y es, por lo tanto, movible. Ambas mandíbulas son muy fuertes; y los movimientos de la inferior en sentido ascendente están regidos por músculos grandes y resistentes y lo más a propósito para el acto de morder y masticar.