EL MISTERIO DEL CEREBRO


Sabemos ya que la parte más noble e importante de nuestro sistema nervioso es el cerebro propiamente dicho. El grabado nos muestra que, cuando observamos desde arriba la masa encefálica, tan sólo el cerebro es visible. Es tan ancho y de tal modo se ha desarrollado en todas direcciones, que ha ocultado debajo de sí a todas las restantes partes del sistema nervioso que le han precedido en formación; de manera que muchas veces únicamente al cerebro aludimos, cuando hablamos de la masa nerviosa contenida dentro del cráneo. La palabra cerebelo, que ya conocemos, significa en realidad, cerebro pequeño. Ahora bien, a primera vista descubrimos que el cerebro es un órgano doble. Consta de una mitad derecha o hemisferio cerebral derecho y otra mitad izquierda o hemisferio cerebral izquierdo. Ambos hemisferios cerebrales son iguales o muy semejantes entre sí, aunque es probable que en las personas que son diestras, el hemisferio izquierdo sea algo mayor que el derecho. Así, pues, tenemos en cierto modo dos cerebros, como tenemos dos brazos y dos manos, porque nuestro cuerpo está formado conforme al principio de simetría bilateral, o sea, que consta de dos mitades simétricas o iguales. Si separamos ligeramente ambas mitades del cerebro, y miramos en medio de ellas, veremos que están unidas por una masa de tejido nervioso de color blanco que va de un hemisferio a otro. Se trata de un verdadero puente, situado entre las dos mitades, que, gracias a él, obran y actúan al unísono. Cuando observamos la superficie exterior del cerebro, vemos desde luego una serie de surcos que encierran en su fondo una especie de profundos valles. Tales surcos y valles varían en profundidad, pero son idénticos en ambos hemisferios y en todos los seres humanos están bajo un plan general de organización. Todos estos pliegues de la superficie exterior del cerebro o corteza cerebral y los espacios que los separan han recibido nombres especiales, como lo veremos.

Vamos ante todo a precisar en qué consiste un pliegue o circunvolución. Su primera razón de ser es que permite aumentar enormemente la extensión superficial de la corteza del cerebro, sin que resulte aumentado proporcionalmente el espacio que ella ocupa. Ahora bien, la superficie exterior del cerebro o corteza cerebral es, como vamos a ver, la porción más importante del cerebro. El tamaño del cráneo humano, si se lo compara con el de la totalidad del cuerpo, resulta sencillamente gigantesco. Pero a pesar de ser así, el tamaño del cráneo es tan sólo una débil expresión del enorme desarrollo que en la especie humana ha adquirido el cerebro, pues éste ha crecido mucho más de prisa que el cráneo, lo que explica las múltiples arrugas de su superficie exterior, de que estamos hablando. Por regla general, cuanto más perfeccionado es un cerebro, más arrugada aparece su superficie. Esta verdad queda evidenciada, cuando comparamos entre sí los cerebros de diferentes animales o los de los distintos individuos humanos. Según que los animales se han ido haciendo más inteligentes y astutos y han ido confiando para su sostenimiento, más en su cerebro y astucia que en su tamaño y fuerza, el cerebro ha ido aumentando en arrugas, y las personas que se han dedicado a esta clase de estudios podrán decir, mirando sencillamente el cerebro de un animal, si éste pertenece a uno de los grupos más antiguos, o por el contrario, pertenece a una especie de las más recientemente aparecidas y que se distingue más por su inteligencia. El tamaño y forma del cráneo y las protuberancias y prominencias que su superficie presenta nada pueden decirnos del sistema de pliegues que surca la superficie del cerebro, y menos aun cuando pasamos a estudiar tales pliegues de un modo más minucioso. Existe, desde luego, una especie de proporción o correspondencia, groso modo, entre el tamaño del cráneo y el del cerebro que contiene. Pero por una parte, los cráneos varían en espesor, y por otra, es muy difícil precisar las reales dimensiones del cerebro contenido en un cráneo determinado. Por lo que llevamos dicho, fácil es comprender que un cerebro profundamente arrugado, que se haya acomodado en cráneo de dimensiones relativamente reducidas, puede resultar mayor, al ser desplegado, que otro de superficie aparentemente mayor.

Ahora debemos decir por qué es tan importante la superficie o corteza cerebral. Si practicamos un corte en el cerebro de un animal superior, vemos que la masa cerebral consta de dos capas; una externa o superficial de color gris, y otra profunda de color blanco. La capa gris superficial sigue a la corteza en todos sus pliegues, bajando hasta la profundidad de los mismos, para volver a subir después a la superficie. Esa capa se designa con el nombre de manto de los hemisferios cerebrales, porque en efecto, está destinada a recubrir la totalidad de su superficie.