El enigma que durante largos años ha tenido perplejos a muchísimos sabios


Durante largos años ha sido un enigma el centro cerebral del tacto y, sin embargo, está, por decirlo así, delante de nuestra vista; pero a nadie se le había ocurrido jamás sospechar que pudiera encontrarse donde está en realidad situado. Una zona muy extensa a ambos lados del cerebro constituye la zona de los movimientos voluntarios, y es allí precisamente adonde la voluntad envía sus órdenes. Teníamos noticias de tal hecho, desde hace ya algunos años, habiéndose designado la zona en cuestión con el nombre de zona motriz del cerebro, y al investigar el centro del tacto, naturalmente, a nadie se le ocurría buscarlo en ella. Pero hoy día se sabe que el centro de los movimientos voluntarios es también el centro de las impresiones táctiles. Ambas están entremezcladas en el mismo lugar y la conexión que mutuamente las une es la más íntima de todas las que pueden unir dos centros nerviosos.

El centro del sentido del oído está situado en la parte lateral del cerebro. Como es evidente, este sentido ha hecho posible la música y todo lo que este arte encierra y significa. Como ocurre con la vista, es desde luego necesario que exista un buen aparato o mecanismo de percepción fuera del cerebro, para que un sentido se desarrolle; y la historia de la audición es en parte la historia del oído, así como la historia de la vista es la del aparato ocular. Aquí debemos limitarnos a decir, sin embargo, que la zona auditiva en el cerebro humano es muy extensa, y cuando examinamos las células que contiene, nos encontramos con un hecho análogo al que hemos tenido ocasión de advertir al hablar de la zona visual. Es muy probable que algunos animales pueden percibir sonidos tan leves, que nuestro oído no alcanza ya a percibirlos; pero esto, como dijimos ya al hablar del ojo y de la visión, no es lo que determina la excelencia de un sentido. No existe animal que pueda apreciar la diferencia que hay entre música buena y música mala y mucho menos puede darse el caso de un animal que creara una pieza musical.

Pues bien, este hecho admite la siguiente explicación: la capa gris de la zona auditiva tiene en el hombre un espesor excepcional; y, como puede suponerse, es muy rica en fibras y células de asociación, que la conectan con otras partes del cerebro. Si consideramos que la música es la agrupación armónica de los sonidos, es fácil comprender que debido, sobre todo, a estas numerosas fibras de asociación es por lo que el cerebro humano puede crear y apreciar la música y sus gradaciones.

El centro cerebral de la música se encuentra más desarrollado en el hemisferio izquierdo en las personas “diestras”, y en el hemisferio derecho en las que son zurdas.