LAS AVES MARINAS


Si tuviésemos que elegir un rey para las aves que viven en el mar, con seguridad se llevaría todos los votos el albatros. No es que sea la más brava, pues hay gaviotas y águilas marinas que lo superan en acometividad; pero el albatros merece el primer puesto por su tamaño y la potencia y perfección de su vuelo, así como por el aspecto sumamente airoso que presenta cuando cruza por el aire. Se conocen dieciséis especies, una de las cuales es de color tan oscuro que se la designa vulgarmente con el nombre de albatros ahumado. El más conocido es el albatros común, llamado por los antiguos navegantes españoles pájaro carnero en homenaje a su tamaño y al color blanco amarillento de su plumaje.

Tiene más de un metro de largo; y sus alas desplegadas miden de tres a tres metros y medio de punía a punta. Estas alas no son anchas, como las del águila, sino estrechas, pero su fuerza es muy grande. A causa de ese gran desarrollo de sus alas, el alba-tros no puede fácilmente emprender el vuelo desde un terreno llano; y por eso escoge alguna peña como punto de partida, a menos que sople el viento, y en este caso se vuelve de cara a él, levantándose a modo de cometa.

Cierto día, un viajero que recorría una isla en que se criaban muchos albatros, vio que uno de ellos se había caído en el fondo de un foso. Tenía éste una anchura de dieciocho metros y una profundidad de nueve; pero el ave no podía salir, pues faltaba espacio en que pudieran funcionar sus alas. El viajero se metió dentro del hoyo y no tuvo dificultad alguna en coger el albatros y llevarlo a un terreno elevado, desde el cual pudiese emprender el vuelo. Para hacerse cargo de lo que es el albatros hay que verlo en el aire, pues en tierra, donde esos animales anidan a millares, su aspecto es casi tan menguado como el de un pájaro bobo. Pero cuando vuela, es verdaderamente regio; unos cuantos aleteos le bastan para elevarse a gran altura sobre el nivel del mar, cruzando por los aires como una elegante nave hecha de carne y de plumas. Casi no mueve las alas; parece flotar planeando y deslizarse sin esfuerzo alguno. Ha habido personas que han tenido la paciencia de observarlo durante varias horas sin notar en sus alas ningún cambio de posición.

Sin duda alguna las mueve, aunque muy ligeramente, pues si se deja llevar, como se supone, por el viento, necesita modificar de cuando en cuando la posición de sus alas para que éstas, a modo de velas, le permitan seguir algún rumbo determinado. Tampoco le aventaja nadie en lo tocante al vuelo directo. Se ha visto a un albatros seguir a un buque de marcha rápida por espacio de centenares de millas, volando en torno de él a la espera de cualquier alimento que pudiese ser echado al mar. El albatros se nutre preferentemente de peces vivos y de las medusas que coge en el mar; pero su paladar no es muy delicado, y así suele cebarse sin el menor escrúpulo en la carne de las ballenas muertas o en cualquier sustancia pútrida que vaya a parar al mar, con lo cual viene a ser una especie de basurero del océano. Después de atracarse de comida, véselo nadar por el agua como atontado, siendo fácil entonces apoderarse de él, a menos que, como sucede con frecuencia, arroje el alimento que ha ingerido para poder escapar volando. Casi nunca visita la tierra, salvo en la época de la cría; entonces acostumbra frecuentar ciertas islas del Atlántico Sur, como la isla Tristán de Acuña, y construye en ellas un gran montículo circular con hierbas, tallos y fango. La parte superior de ese nido extraño tiene forma de salsera, y en él pone la hembra un solo huevo, que es incubado alternadamente por el macho y por la hembra, yéndose el que no está de guardia a comer al mar, a veces durante varios días.

Los parientes más cercanos del majestuoso albatros son los petreles. El albatros es el mayor de las aves de este grupo, si bien hay uno, el petrel gigante, que no es mucho más pequeño. Pero en general los petreles son de tamaño exiguo, contándose entre ellos las más diminutas de las aves palmípedas, pues sus dimensiones no son mucho mayores que las de una golondrina.

El nombre de petrel, que se da a esos animales, se refiere a uno de sus hábitos; la palabra viene de Petro o Pedro, y se le ha aplicado a esa ave porque parece que anda sobre el agua, como lo hizo en cierta ocasión el apóstol san Pedro. Por agitado que esté el mar y por huracanado que sea el viento, puede verse a esa ave revoloteando y columpiándose sobre la superficie de las olas. Con un leve movimiento de las alas da a sus patas el apoyo necesario para que su cuerpecillo pueda flotar, deslizándose de este modo sobre el agua y nutriéndose vorazmente de animalejos marinos que las olas arrastran a la superficie, después o antes de una tempestad. Éstas son las ocasiones en que se muestra más activo; y los marinos que lo han observado se figuran que son los petreles los que traen el mal tiempo, razón por la que también les llaman aves de las tempestades.