LA GRAN MURALLA CHINA


Para recorrer los lugares más interesantes y dignos de ser visitados que la China nos ofrece, podemos seguir la carretera que parte de Manchuria y se extiende a orillas del mar; el paisaje, a menudo matizado por colinas bajas y rocosas sobre las que se yerguen aún atalayas y almenas, habla al turista de un pasado guerrero y lidiador.

En el trayecto de nuestro viaje veremos asimismo elevarse airosa hacia el cielo azulado una colina de tres picos, de los cuales el más alto está coronado por redonda torre que se alza sobre una garganta abierta entre montículos, la cual conduce a la fortaleza limítrofe de Ningyuenchao, célebre por sus hechos de armas.

Después de algunas horas de molesto vaivén en una antigua carreta china, tirada por muías -pues ningún otro vehículo es asequible en aquellos parajes, tan quebrados como famosos del antiguo Celeste Imperio-, aparecerán a nuestra vista las murallas y puertas torreadas de la bella ciudad.

A sus pies empieza la vastísima estepa de China septentrional, que forma una de las más amplias zonas de terreno labrantío que hay en la superficie del globo, aunque en el punto en que nosotros efectuamos nuestro supuesto viaje, y muchos kilómetros adelante, no es sino estrecha banda de tierra que se asoma a las costas del mar Amarillo. Altas montañas desnudas de arbolado se alzan a nuestra derecha, en tanto las ondas azules del golfo de Petchili murmuran suavemente al resbalar sobre las playas. En invierno, la región ofrece un panorama desolador, de sucias arenas, oscuras rocas y extensos barrizales. Pero a tan triste aspecto sucede en primavera un cambio completo: la vista se recrea en la belleza de los floridos árboles y en el verdor de las campiñas, sobre las que surgen, delicados y esbeltos, los antiguos y originales templos chinos, cuyas típicas siluetas nos son harto conocidas, mientras las montañas parduscas y el mar azul forman contraste pintoresco con interminables llanuras verdes.