Tres templos indican el punto donde empieza la gran muralla


Sobre una rica alfombra de hierba y flores campestres tendida al borde del mar, se alzan tres grandes templos. Los templos chinos o pagodas son numerosos, y todos guardan entre sí muy grande parecido.

Estas pagodas tienen patios cuadrados rodeados por claustros y salas. Los patios tienen plantaciones de abetos de diversas especies, que producen curiosos efectos de luces y de sombras; a veces hay en ellos pequeñas lagunas pobladas de lotos, cuyas hojas, anchas, lisas y aplanadas, descansan perezosamente en la superficie de las aguas, sobre la que se yerguen, esbeltas y graciosas las lindas flores, semejantes a grandes lirios rojos acuáticos. Cuando el viento pasa por estos templos, se oye un gentil tintineo de incontables campanillas que cuelgan de los aleros de los tejados. Muchas pagodas tienen a su entrada dos torres bajas, en una de las cuales hay una gruesa campana, y en la otra una “tam-tam” de grandes dimensiones. En uno de estos templos se ve una enorme figura de Buda sentado en actitud tranquila sobre una soberbia flor de loto, dorada, bajo un techo pintado, del que penden telas y un modelo perfectamente acabado de flámulas de seda, curiosos faroles y un junco, típica embarcación china.

Desde cerca de los tres templos citados avanza hacia el mar un rompeolas construido con grandes bloques de granito, extraídos de las rocas vecinas y unidos con barrotes de hierro. Éste es el punto donde empieza la Gran Muralla, describiendo al principio una curva irregular, para volver de nuevo al mar como si dudase en emprender el dilatado viaje a los desiertos del Asia Central. En el sitio en que la muralla tuerce hacia la costa se alza, sobre la orilla, una gran torre, que sirve de señal a las embarcaciones.

La muralla tiene unos siete metros y medio de espesor, pero esta medida varía en diferentes puntos. El interior es de tierra, y está revestido por ambos lados y por arriba de ladrillos enormes, de un color gris azulado, en forma tal, que a no ser porque la muralla está derruida en diferentes puntos, nadie sabría de qué está compuesto el interior.

No obstante, ese inmenso muro ha sido reedificado y recompuesto en muchas partes, de modo que después de varias restauraciones bien se puede decir que es muy poco lo que queda de la primitiva obra llevada a cabo por el ya mencionado Shi Hoang Ti. La mayor parte de lo que aún subsiste fue levantado por los últimos emperadores de la familia Ming, con el fin de oponer una barrera a los tártaros manchúes, quienes, a pesar de todo, entraron en China y la gobernaron hasta principios del siglo xx. Ming significa “glorioso”, y el carácter chino que representa esa palabra es un signo formado por la reunión del Sol y la Luna. Los Ming (1367-1644), fueron los últimos emperadores indígenas que rigieron el Celeste Imperio.