La gran muralla china, atrevida y paciente construcción


Al paso que avanzamos, el llano se va abriendo ante nosotros, y el camino, surcado por las ruedas de frecuentes vehículos, parece alejarse de las montañas y del mar. Más adelante, comenzamos a divisar a lo lejos una línea interrumpida, trazada por una muralla almenada, que avanza desde las cercanías del profundo golfo de Petchili hacia la cumbre de la montaña, escondiéndose a nuestros ojos y volviendo a aparecer en diferentes intervalos. Es la Gran Muralla de China, atrevida y paciente construcción levantada por la mano del hombre dos siglos antes del nacimiento de Cristo, y que representa el esfuerzo de un pueblo, enemigo de luchar, contra las vecinas tribus guerrilleras, un pueblo que prefería la vida apacible del pastoreo y la labranza a los azares de la guerra.

Aquellas tribus enemigas eran los tártaros, hombres salvajes que vivían en las montañas del Norte del producto de sus hatos y rebaños, y solían hacer incursiones en las comarcas de los chinos, de cuyo pueblo se mofaban porque cultivaba yerbajos, según los tártaros llamaban a los cereales y, en general, a toda clase de plantas útiles.

La Gran Muralla desciende a nuestra izquierda hasta las inmediaciones de las aguas azuladas del golfo de Petchili; atraviesa la llanura, bordea la vertiente de la colina, salva la cresta de suave montaña, se precipita al bajo valle y, cruzando campos y desiertos, se pierde por último entre las arenas de Asia Central.

Fue construida por Shi Hoang Ti o “el primer jefe de la humanidad”, nombre que este soberano se dio a sí mismo porque pretendía ser el primer emperador de China y deseaba que lo considerasen como el primer chino del mundo, aun cuando antes que él ya habían existido millones, y entre ellos alguien que valía más que él: Confucio, el gran maestro. Alimentando tan locas ambiciones, trató este emperador de destruir el pasado, y al efecto quemó cuantos libros pudo hallar, para que de tal suerte nadie pudiese leer cosa alguna de los tiempos anteriores a él, y con el mismo fin mandó matar a muchos hombres doctos; pero estas rigurosas medidas no le dieron buen resultado, pues después de su muerte hubo un anciano capaz de recitar de memoria los libros chinos, de los que, además, se hallaron copias al derribar una casa en ruinas. Este emperador abrió excelentes carreteras en el país, y por medio de sus soldados hizo acatar y ejecutar sus órdenes; engrandeció su poder personal y para ello suprimió un sinnúmero de ceremonias pesadas y superfluas que ocupaban gran parte del tiempo necesario para la buena administración y gobierno de sus súbditos; desterró de la corte la antigua costumbre de las recepciones, a las que acudían los cortesanos con atavíos de seda de variados colores y adornados de plumas de pavo real y grandes botones azules y rojos; prohibió las lentas y largas procesiones del palacio a los templos, y para reinar solo y sin rivales abolió la antigua Cámara Alta china. Al fin de su reinado hizo construir la Gran Muralla, con el fin de asegurar al imperio la paz, que con frecuencia turbaban las hordas del Norte con sus incursiones.