LA CIUDAD DE PARÍS


Quienes llegan a París entre los meses de abril y junio, especialmente en el florido mes de mayo, experimentan un curioso impulso de andar, de recorrer, de ver los mil y un lugares de la Ciudad Luz. París, con sus edificios seculares, sus amplias avenidas corriendo entre árboles de las más variadas especies, sus calles, que hacen olvidar a las ciudades cuadricularmente planificadas, su río Sena, que refleja el azul ligero de su cielo, es una urbe que recibe, acoge y se ofrece al viajero. Igual sensación produce si se la visita entre fines de setiembre y noviembre, pero entonces aquel encanto natural de París no llega a satisfacer como goce total por el frío del invierno que se acerca y lo corto de sus otoñales días. La primavera tiene atracción particular en París: gente por todas partes; las terrazas de los cafés, en los bulevares, llenas de clientes; los escaparates deslumbrantes por la exposición de mercancías de la llamada Feria de París; todos los idiomas del mundo flotando extraña y fraternalmente en la tibieza de la mañana de sol, en el mediodía radiante o en la agradable caída de la tarde; los rostros de todas las razas humanas, y los vestidos de todos los países paseando por las anchas explanadas caracterizan a la ciudad y a la estación.

El verano, por lo regular de calor sofocante, deja las calles poco menos que desiertas; muchos habitantes buscan refugio en las playas, y París pierde su carácter habitual, si bien lo recobra al iniciarse el otoño: entonces las canciones vuelven a subir la colina del barrio de Montmartre y, desde la terraza del Sacre Coeur, dicen nuevamente: ¡París, lugar de delicias!

Partida en dos por el Sena, con grandes bosques en la periferia, que le brindan el espacio verde reclamado por toda la ciudad; cruzada subterráneamente en todas direcciones por trenes eléctricos; observada desde lo alto de la Torre Eiffel por las antenas de radio y TV que proclaman al instante a los cuatro vientos y reflejan en todas las pantallas las últimas novedades, tanto de la moda y del perfume como de las ciencias, las letras y las artes, para que el mundo se ponga a tono con el ritmo con que marchan gusto, corazón y espíritu, París ha sido llamada la Ciudad Luz, capital del mundo. La verdad es que quien por una u otra causa sobresale en alguna actividad humana, no se considera definitivamente consagrado sin el correspondiente viaje a París; éste es tan importante en su vida como para el árabe piadoso la peregrinación tradicional a la Meca.