Iglesias, monumentos, paseos y jardines de la ciudad luz


La belleza de París ha sido celebrada por autores franceses y extranjeros de todos los tiempos. Ciudad que depara una sorpresa a cada paso, tiene las más dispares y extrañas características, pese a su primera apariencia de uniformidad. Ciertos barrios, por la melancolía de sus grandes palacios abandonados o transformados, se parecen vagamente a las viejas ciudades italianas; otros son alegres, pintorescos, amables y ruidosos, con vida y alborozo de calle, y no faltan los de tortuosos callejones que recuerdan a las ciudades medievales.

Saint-Germain-des-Prés, con sus estudiantes serios y preocupados durante el día, es lugar de bohemia latina al atardecer, y por la noche lo es Montmartre, con las empinadas escalinatas que ascienden la colina y por callejuelas de encanto llevan hasta la iglesia del Sagrado Corazón (Sacre Coeur), construida por suscripción popular y una de las más bellas muestras de la arquitectura religiosa.

La Plaza de la Estrella (L'Etoile), con el Arco de Triunfo, donde arde perenne la llama encendida sobre la tumba del Soldado Desconocido, es el centro de doce amplias avenidas radiales que allí inician su carrera, y lugar de concurrencia obligada para los que van a rendir homenaje a los muertos por la Patria.

La Magdalena, con su histórica iglesia y sus bulevares; la Ópera, con su metro de encrucijada subterránea, croe transporta constantemente a millares de seres humanos; Les Halles, o mercados centrales, con su enorme armazón de hierro y cinc, desde donde se atiende diariamente al voraz apetito de los turistas y al almuerzo medido pero variado de los parisienses. Estos barrios, unidos a muchos otros, hacen de la ciudad una gran colmena trabajadora y rumorosa.

Los jardines y plazas matizan los bloques de edificación y salpican el plano de París con agradables manchas verdes en unos casos o con simples espacios abiertos en otros; frente a ellos se alzan a veces edificios o monumentos que dan valor histórico al lugar.

El Jardín Botánico (Jardín des Plantes), un tanto alejado de las zonas centrales de mayor actividad, reúne en sus dos distintas secciones, el Jardín Botánico propiamente dicho y el Jardín Zoológico, ejemplares de la mayor parte de las especies conocidas de uno y otro orden. Allá acuden en especial los niños de París, a cuya disposición se ponen animales domesticados, sobre los que pasean vigilados por sus mayores, bordeando el Sena. En la plaza Vendóme se alza la columna desde cuyas alturas la efigie en bronce de Napoleón domina las Tullerías, por el paseo de Castiglione. Y en la plaza de la Concordia, que lleva desde la Asamblea Nacional hasta la Magdalena, por la calle Royale y el Puente de la Concordia, se eleva el obelisco regalado por el bajá de Egipto. Mohamed Alí, al rey Luis Felipe. Es un monolito granítico de 23 metros de altura, cuyo peso sobrepasa las quinientas toneladas, que Ramsés II, el faraón guerrero, ordenó erigir en celebración de sus victorias. En los ángulos de la amplia explanada, ocho estatuas simbolizan otras tantas ciudades francesas. Los jardines del palacio de las Tullerías se extienden al oriente de la plaza; es un grato paseo, antaño reservado a los miembros de la familia real, y del que hoy pueden disfrutar todos los niños. En un último plano puede verse el Arco de Triunfo del Carrousel, rememorador de las campañas victoriosas del Emperador. Hacia el poniente de la Concordia, nace una de las avenidas más famosas del mundo: los Campos Elíseos, que concluyen su recorrido al pie del Arco de Triunfo de la Estrella. Desde este punto, la avenida del Bois de Boulogne nos lleva al otrora aristocrático paseo, siempre tan concurrido, en el que se halla el hipódromo de Longchamp, en tanto que en el extremo opuesto de la ciudad otro bosque, el de Vincennes, rivaliza tradicionalmente con el de Boulogne. A mitad de camino entre uno y otro, se extienden los Jardines de Luxemburgo, que, en los parques de Buttes Chaumont, de Montsouris y de Monceau, constituyen lugares de ameno recreo y descanso en la vida tan agitada de la gran capital de Francia.

Los turistas demuestran su predilección por el Campo de Marte, al pie de la Torre Eiffel y frente a la Escuela Militar. Es la torre la que congrega mayor cantidad de visitantes, pues desde sus alturas, alcanzables con un rápido ascensor, se domina el panorama de la ciudad. Su estructura de hierro de trescientos metros de altura, en cuyo vértice un poderoso reflector lanza por la noche luminosas saetas, posee en la parte superior una estación emisora de radio y televisión. La torre lleva el nombre del ingeniero Alejandro Eiffel, que la proyectó, y cuya construcción dirigió para la Exposición Internacional de 1889. Eiffel concibió también la estructura metálica interna de la Estatua de la Libertad que se yergue a la entrada del puerto de Nueva York.

La Catedral de Notre Dame es uno de los monumentos más notables de París y del mundo; su fachada, de tres secciones, sin contar las torres inconclusas, es tal vez la parte más bella del edificio. Su principal ornamento arquitectónico lo constituye el gran rosetón de más de nueve metros de diámetro, pero lo más sorprendente, para quien asciende hasta la plataforma de la tercera sección, son las gárgolas, esculturas representativas de monstruos, que coronan la balaustrada. En el interior del templo, donde reina un ambiente de silencio, los rayos solares se transforman en una cascada multicolor al atravesar los magníficos vitraux, que ilustran pasajes de la vida de Jesús, y otros motivos sagrados. El edificio de Notre Dame de París es un conjunto armónico y majestuoso, enclavado en el corazón de la ¡le de la Cité, corazón milenario a su vez de la gran ciudad.

El domo del Hotel de los Inválidos cubre las cenizas del emperador Napoleón I, y es frecuente escenario de ceremonias patrióticas y de visitas emocionadas de quienes admiran las glorias del genial guerrero. Una inscripción: “A los grandes hombres, la Patria agradecida”, testimonia el permanente homenaje que Francia rinde a sus héroes. También se encuentran depositados en los Inválidos los trofeos militares conquistados por los soldados de Francia en los campos de batalla.

En el palacio de Justicia, que, como Notre Dame, está situado en la He de la Cité, se halla la Sainte Chapelle, antigua capilla del palacio cuando éste era morada de los reyes de Francia, considerada una pequeña joya de la arquitectura. Junto a él se alza la prisión de la Conciergerie, célebre por haber encerrado uno de sus calabozos a la infortunada reina María Antonieta; la butaca, el crucifijo, un banquillo y otros objetos que utilizó la reina en dicha ocasión, están expuestos al público. Y no lejos de allí, el museo de Cluny ofrece sus ricas colecciones artísticas al turista culto; en el jardín que da acceso al edificio se yerguen interesantes esculturas procedentes de muchas partes del mundo, incluso el altar mayor de la catedral de San Pedro de la Martinica, destruido por la erupción del Mont Pelé en el año 1922. Al lado del museo se alzan las ruinas de las termas, o baños construidos por los romanos, con grandes piscinas. Todos estos edificios se hallan emplazados en el famoso y alegre barrio latino, morada predilecta de artistas y estudiantes de todo el orbe.