EL APOGEO ESPAÑOL DURANTE EL REINADO DE LOS AUSTRIAS


La integración nacional de la península Ibérica, laboriosamente gestada en el curso del reinado de los Reyes Católicos, estuvo a punto de malograrse por causa de la muerte del príncipe de Asturias, hijo y heredero de Fernando e Isabel, quien falleció cuando aún no había cumplido los veinte años, y por la demencia que aquejaba a doña Juana, por eso llamada la Loca.

En efecto, muerta la reina Isabel en 1504, suscitóse la cuestión de si debía heredar la corona de Castilla el monarca viudo, o si habrían de ceñirla doña Juana y su marido, Felipe el Hermoso, archiduque de Austria; pese a no hallarse aquélla en su sano juicio, correspondíale, según derecho, dicho trono, y Fernando, sagacísimo político, comprendió que su mejor juego, para salvar la unidad española, era aceptarlo así. Mandó, en consecuencia, alzar pendones reales por doña Juana, pero retuvo el cargo de regente, a lo que por expresa disposición testamentaria de Isabel estaba facultado; por lo mismo, no se creyó obligado a retroceder en la política iniciada durante el reinado común, especialmente en lo tocante a la reducción de mercedes y privilegios concedidos a los señores feudales, y anulados luego por la difunta reina al otorgar testamento.

Alborotáronse con esto los nobles, y recurrieron a Felipe el Hermoso, a quien apremiaron para que asumiese el gobierno de Castilla, cosa que finalmente sucedió previa reunión de las Cortes castellanas en Valladolid, y no sin antes haber tenido con su suegro una borrascosa entrevista en Romeral. Pero Felipe murió cuando no se había aún cumplido un año de su entronización, y el poder real se volcó sobre los débiles hombros de la incapaz doña Juana.

Felizmente, el cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo, que fuera uno de los artífices de la política de unidad nacional seguida por los Reyes Católicos, logró convencer a los grandes de Castilla para integrar una especie de regencia provisional mientras se solicitaba al rey Fernando, a la sazón en Napóles, que volviera a encargarse de la regencia. Aceptado que hubo, reuniéronse Cortes en Burgos, que le juraron como regente durante la minoridad de su nieto, el príncipe don Carlos, no sin que se insurreccionaran algunos grandes, que posteriormente, aplastada la rebelión, emigraron a Flandes.

Realizó el rey Fernando algunas expediciones al África, con relativa fortuna, por lo que desistió de proseguir la expansión hispana por aquellas costas, no obstante lograrse la toma de Oran, Trípoli y otras plazas.

En la península, conquistó el reino de Navarra, en 1512, y lo incorporó a la corona de Castilla, no sin que debiera enfrentar por ello las iras de Luis XII, rey de Francia, con quien España habría de combatir largos años.

Fernando falleció el 23 de enero de 1516, en una pobre casa de labradores, cerca de Madrigalejo. En su testamento disponía que, en razón de la demencia de su hija doña Juana, desempeñara la gobernación de los reinos su nieto don Carlos de Austria, quien debía entrar en posesión del trono al cumplir los veinte años. Hasta entonces, el anciano cardenal Cisneros volvería a cargar con las pesadas tareas de regente de Castilla y el arzobispo de Zaragoza haría lo propio en lo tocante a Aragón.