Carlos I de España y V de Alemania, emperador del mundo occidental


El reinado de Carlos V (1517-1556) señala el apogeo de España, convertida en el centro dinámico de su concepción universalista del imperio.

Carlos, nacido en Gante el 24 de febrero de 1500, quedó convertido, cuando apenas contaba seis años de edad, en heredero de la corona imperial de Alemania, por la muerte de su padre, Felipe el Hermoso. Educado primero por sus tías, Margarita de Austria y Margarita de York, en razón de la enfermedad mental de su madre, fue luego especialmente adiestrado para los graves deberes y duro oficio de rey, por Guillermo de Croy, señor de Chievres, en tanto que el deán de Lovaina, Adriano de Utrecht, inició al augusto adolescente en lenguas y letras clásicas.

Cumplidos los quince años, el emperador Maximiliano, su abuelo, le encargó regir los destinos de los Países Bajos; tomó parte activa en el gobierno, asistía a las reuniones del Consejo y dictaba resoluciones sobre los problemas que se le presentaban, lo que constituyó un enojoso aprendizaje para un joven de su edad, pero ello lo familiarizó con los complejos aspectos de los negocios de Estado y adquirió una experiencia precoz que pronto tuvo oportunidad de emplear, pues antes de cumplir los veinte años era señor de medio mundo.

Cuando llegó por primera vez a Castilla, en setiembre de 1517, para tomar posesión del trono, los españoles no se sintieron movidos a quererlo, en primer lugar, porque se presentó como príncipe extranjero; apenas conocía algunas palabras del idioma de su madre, pues, como dijimos, había vivido siempre en la corte de su abuelo Maximiliano, y, por otra parte, mucho contribuyó a la impopularidad del joven soberano la rapacidad de los flamencos que integraban su séquito, cuya conducta resultaba semejante a la de los conquistadores en un país vencido.

A esas circunstancias se debió el movimiento llamado de las Comunidades de Castilla, que fue reducido con energía por el joven rey, tenaz en el mantenimiento de sus derechos, así como moderado en la victoria. Su temperamento político se asemejaba más al de su abuelo español, don Fernando, que al de la rama materna, Maximiliano, bajo cuya tutela, sin embargo, habíase educado.

La vida de Carlos V como soberano fue activísima. Sin contar sus desplazamientos en las campañas militares, realizó durante su reinado más viajes que varios de sus pares contemporáneos juntos: no rehuyó el cumplimiento de ninguno de los deberes, incluso los meramente protocolares, que su elevada posición le exigía. Así lo vemos presidir las Cortes de Castilla, Aragón y Cataluña; la Dieta imperial en Alemania; el Parlamento en Napóles; los Estados Generales, en Flandes. Puede decirse, sin temor a equivocación, que los únicos parajes de sus dominios sobre los que jamás puso su planta fueron los del Nuevo Mundo; empero, su conocimiento de los problemas de la conquista y colonización fue amplio, pues se preocupó de buscar información directa de labios de capitanes como Cortés y Pizarro.

Su reinado fue un incesante batallar, pues la concentración de poder que significaba la posesión de las coronas de tantos estados intranquilizó a los soberanos europeos, especialmente a Francisco I, rey de Francia, cuya esfera de influencia redújose irremediablemente; desde 1520 hasta 1559 Europa fue un inmenso campo de batalla, hasta que la paz de Cateau-Cambrésis vino a equilibrar el juego de las potencias occidentales. En esa fecha, hacia ya un año que el emperador vivía retirado en el monasterio de Yuste, en España, y la paz fue acordada por su hijo, Felipe II.