ALEMANIA Y SUS CIUDADES


Alemania es uno de los estados europeos que posee mayor número de grandes ciudades; su propia capital, Berlín, era antes de la segunda Guerra Mundial una de las más importantes de Europa continental y la cuarta entre las más populosas del orbe. La antigua capital de Prusia es también de las que han crecido más vertiginosamente, pues en poco más de sesenta años su población pasó de 700.000 habitantes en 1867, a casi 4 millones y medio en 1939; después de la catástrofe, esta última cifra quedó reducida a poco más de tres millones. ¡Tanta fue la destrucción y la muerte causada por la insensata locura de la guerra!

Berlín es una de las ciudades más jóvenes de Europa; en ella es difícil encontrar edificios cuya antigüedad se remonte a más de tres siglos; por tanto, la historia de los antiguos tiempos de los germanos no ha dejado en la capital alemana rastros con los que podamos reconstruirla: la unidad de los estados centroeuropeos que hoy constituyen Alemania data sólo de 1871. Por ello es que sí queremos reunir testimonios materiales del pasado del noble pueblo, debemos recorrer no sólo las calles de Berlín, sino las de otras grandes ciudades, pues en estas últimas hallaremos testimonios importantes.

El Gran Elector Federico Guillermo fue el primero en trazar acabados planos para la construcción de la capital y el que ordenó plantar la doble hilera de tilos que da sombra a su paseo triunfal, y una de las avenidas más famosas de Europa, la Unter der Linden. Después de él, casi todos los reyes de la antigua Prusia se preocuparon por embellecer la ciudad, añadiéndole a su turno plazas, calles, puentes y palacios, y dotándola de museos, galerías de arte y edificios públicos de toda suerte. Los monumentos que recuerdan gestas triunfales u hombres notables se alzaron en lugares públicos espectables.

Aunque Berlín fue fundada en la Edad Media, conserva muy pocos edificios antiguos, entre otras razones, por los demoledores bombardeos aéreos que debió soportar hacia el final de la segunda Guerra Mundial.

En un paseo por las calles berlinesas, partiendo del corazón de la urbe, la isla sobre el río Spree, que tradicionalmente se reconoce como el sitio fundacional, nos dirigiremos primeramente a dar un vistazo a la zona donde se hallan los principales edificios gubernamentales y administrativos, el Friedrichstadt. Allí podremos reposar algunos minutos a la sombra de los bellos árboles de sus parques, antes de salir a recorrer la avenida Unter der Linden, desde la puerta de Brandeburgo hasta el palacio real prusiano. Aún podremos apreciar en ella las huellas de las bombas, y en la puerta de Brandeburgo, las de la metralla arrojada en los últimos días de la resistencia alemana por los cañones de los sitiadores rusos. Allí donde otrora pasearon lo más conspicuo de los pobladores y visitantes de Berlín, resuena todavía el horrible fragor de una de las batallas más tremendas de los últimos tiempos.

Junto a la Wilhelmstrasse, donde se concentraron los edificios gubernamentales en la época del Imperio y en la más reciente del Tercer Reich, podemos también comprobar aún, ya que el sector fue pavorosamente castigado, las mismas trágicas heridas.

En los días anteriores al estallido de la conflagración mundial, la arquitectura berlinesa, caracterizada por lo monumental, era motivo de orgullo para los alemanes; tanto Guillermo II como Hitler preocupáronse en dotar a la capital de edificios y monumentos que ostensiblemente dieran sensación de grandeza y poderío; hacia mediados de 1945 todo eso yacía en ruinas, brindando a las tropas extranjeras, que por primera vez en ciento treinta años desfilaban por las calles de Berlín, un increíble panorama de destrucción; los peritos declararon entonces que habrían de transcurrir décadas antes de que pudiera reconstruirse totalmente la castigada urbe. De la magnitud de los montones de escombros a que se vieron reducidos edificios y pavimento, podemos darnos idea al recordar que se necesitaron tres años para dejar liberadas al tránsito de vehículos las principales calles.

Entre los edificios históricos destruidos hállanse el Palacio Imperial; los museos Modernos y Antiguo; la Galería Clásica Nacional; el Domo, o catedral, y la Casa Nacional de la Ópera. Entre los más modernos, el Parlamento, o Reichstag, que podrá ser restaurado, y la monumental Cancillería Nueva, apenas concluida al iniciarse la guerra en 1939. Los alemanes estaban particularmente orgullosos de ella; de su recinto de recepciones decíase que sólo la gran sala hipóstila de Karnak la superaba en grandiosidad. Otro de los nuevos y grandes edificios destruidos fue el de la sede de la Luftwaffe, o Ministerio de las Fuerzas Aéreas.

Berlín es asiento de muchas prestigiosas instituciones culturales, entre las que sobresale la Universidad, llamada de Federico Guillermo. Fue fundada en 1810, y por sus claustros han pasado muchas generaciones de jóvenes, no sólo alemanes, sino también de otros países, que adquirieron en las aulas la sabiduría con que luego ilustraron su nombre y dieron mayor gloria a su patria. Muchos jóvenes concurren también a la Escuela Superior Técnica y a muchísimas escuelas de segunda enseñanza. La juventud alemana es muy afecta a los paseos colectivos, y no será difícil para el viajero que recorre las carreteras de Alemania encontrarse con más de un grupo bullicioso y alegre de muchachos que, mochila al hombro, marchan en busca de lugar adecuado para instalar su campamento. También son amantes de los deportes. y son muchos los centros dedicados a las distintas actividades de ese orden en Alemania; en Berlín sobresale entre todos el Estadio Olímpico, donde, en 1936, se desarrollaron los juegos mundiales; es una magnífica obra, que encierra en su perímetro pistas para la práctica de todos los deportes. Vigorosas esculturas lo exornan, y ha sido concebido de acuerdo con los dictados de la moderna arquitectura. El Estadio Olímpico sufrió pocos daños durante la guerra aérea.

Los museos berlineses son justamente afamados en el mundo entero: si queremos adentrarnos en el ambiente de la antigüedad clásica, visitemos el Museo Pérgamo, donde un templo completo ha sido reconstruido, transportándolo pieza por pieza y sillar por sillar desde su primitivo emplazamiento en el Asia Menor.

Asimismo, el Museo Antiguo guarda colecciones de escultura grecorromana de incalculable valor, en tanto que el Nuevo está dedicado más especialmente a lo egipcio y oriental: allí, entre otras piezas inestimables, hállase la famosa cabeza de la reina egipcia Nefertiti, y varios modelados en yeso del faraón Akhnatón.

Si nuestras inclinaciones se orientan hacia el campo de la historia natural, no podremos encontrar tiempo disponible para visitar todo lo que Berlín nos ofrece; en efecto, los guías nos dirán que existen museos de etnografía, geología, botánica, oceanografía, y cientos de institutos más.

Más de cuarenta teatros dicen de la inquietud artística de los berlineses; entre ellos descuellan por su tradición, el de la Ópera del Estado, el de la Ópera del Pueblo y el Teatro Nacional. Muchos de ellos fueron destruidos durante los bombardeos de los años 1944 y 1945.

Dos grandes aeropuertos, el de Gatow y el de Tempelhof, comunican la capital alemana con el resto del mundo; el de Tempelhof, especialmente, es uno de los más grandes del orbe, y uno de los primeros construidos, pese a lo cual está dotado de todas las comodidades, y su diseño arquitectónico es modernista. Fue casi totalmente destruido, pero después de la guerra lo ocuparon las fuerzas estadounidenses, bajo cuya administración se reconstruyó.

Berlín es también un importante centro ferroviario; convergen a su estación central más de quince líneas, que la unen con casi todas las capitales y principales ciudades europeas.

Mundial y justamente famosas son las autopistas alemanas, construidas poco antes de estallar la segunda Guerra Mundial; su modelo ha sido adoptado por casi todas las grandes naciones. Berlín es punto de partida de buen número de estas carreteras gigantescas.

Después de su caída, la otrora imponente metrópoli fue ocupada por los rusos, y dos meses después entraron fuerzas estadounidenses, británicas y francesas; por ello quedó el área del Gran Berlín dividida en cuatro sectores, cada uno de los cuales es administrado por uno de los aliados victoriosos. La U.R.S.S. ocupó el sector oriental. Se produjo entonces una situación curiosa para los berlineses: para dirigirse de uno a otro sector debían presentar sus documentos ante los guardias militares de las “fronteras”, así establecidas. En 1948 la situación fue aun más extraordinaria: en las tres zonas ocupadas por las potencias occidentales circulaba una moneda distinta de aquella del sector soviético. Los rusos se retiraron del Consejo de Control Aliado, y Berlín Occidental, esto es, los sectores americanos, británico y francés, fue bloqueado por los rusos, de tal modo eme el abastecimiento de víveres, medicinas y hasta maquinarias hubo de efectuarse por aire. De la magnitud del esfuerzo aliado para subvenir las necesidades de la población berlinesa nos da idea el número de vuelos que los aviones americanos efectuaron: 277.264. Cada tres minutos un avión occidental aterrizaba en Tempelhof. Esta situación se mantuvo entre junio de 1948 y setiembre de 1949; entonces los rusos levantaron el bloqueo. Políticamente, el sector occidental constituye una isla democrática rodeada por territorio sometido al comunismo, bien que por fuerza. Tiene sus propios periódicos, usinas eléctricas, centrales telefónicas, radio-estaciones, líneas de trolebús, placa-licencias de automotores, y como dijimos, su propia moneda. Todo tal cual como si se tratara de dos ciudades distintas. Y, en la práctica, lo son. En Berlín Oriental se asentó la capital de la República Democrática Alemana, esto es, del territorio alemán controlado por el comunismo; en cambio, la capital de la República Federal Alemana, miembro de la alianza occidental, establecióse en la ciudad de Bonn.