LOS GLÓBULOS ROJOS DE LA SANGRE


Ya hemos hablado de las células vivas, que son las unidades constitutivas de todos los cuerpos vivientes, así como los átomos son las unidades de los elementos de la materia. Ya hemos tratado de algunas de las más sencillas de estas células vivas, aquellas que tienen vida propia, tales como los microbios, las amebas que se encuentran en las charcas, etc.

Esto nos prepara para el estudio del líquido maravilloso, la sangre roja que se encuentra en los cuerpos de los animales superiores y que conocemos bien por tenerla nosotros mismos. Aunque consideramos la sangre como un líquido, está cuajada de glóbulos vivientes, blancos y rojos, células de cuya salud depende la nuestra.

Cada día sabemos más cosas maravillosas acerca de la sangre. Su salud es la nuestra. La cantidad y la vida de sus glóbulos son cuestiones de sumo interés para nosotros. Comemos, a fin de mantener debidamente en orden la composición de su parte líquida, de modo que le sea dado proveer con el alimento apropiado a todas las partes de nuestro cuerpo, desde las células del cerebro hasta las que forman nuestras uñas.

La parte gaseosa de la sangre es cuestión de vida o muerte para nosotros. Respiramos para que su composición se mantenga perfectamente, a fin de que los gases venenosos producidos por nuestro cuerpo y arrastrados por la sangre, sean eliminados, y, también respiramos para suministrarle la cantidad debida del gas vital, el oxigeno. Estos tres componentes de la sangre, los glóbulos, el líquido y los gases, son de absoluta necesidad para la vida. Pero llegados aquí y ya que hemos tratado de las células podemos dar principio a su estudio. En general, podemos decir que estas células o glóbulos son de tres clases, conocidas como glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas.

Los glóbulos rojos son los que se encuentran en mayor número y también los más fáciles de estudiar. En un volumen de sangre del tamaño de una cabeza de alfiler se encuentran millares de estos glóbulos rojos; esto nos da idea de los pequeños que deben de ser. También podríamos contar su número tomando una corta cantidad de sangre, depositándola en una cavidad hecha en una placa de vidrio, cubriéndola después y examinándola a través del microscopio. Sabemos exactamente la profundidad de ese diminuto depósito y su fondo está cruzado en ambas direcciones, formando un retículo, por rayitas, cuya distancia de separación nos es conocida; así es que si contamos el número de glóbulos que contiene cada uno de aquellos cuadritos, podremos calcular la riqueza de la sangre en células. Para hacer esto es necesario mucho tiempo, y es también muy difícil, especialmente porque antes hay que diluir la sangre; sin embargo, es de mucha utilidad, así en cuanto concierne a los glóbulos rojos, como a los blancos, porque su número cambia mucho, según el estado de salud, y a veces el médico sabe el tratamiento que debe dar a un enfermo, a causa de serle posible examinar estos cambios, determinando el número de glóbulos que se encuentran en la sangre.

El color de la sangre es debido a los glóbulos rojos. Sin embargo, cuando examinamos un solo glóbulo por separado vemos que realmente no es rojo, sino amarillento. Su gran cantidad, vista en conjunto, es lo que hace aparecer la sangre de color rojo.