MARAVILLAS DE LAS MAREAS


Al estudiar la Naturaleza, observamos numerosos fenómenos en los que, después de pasar por varias fases, los elementos vuelven con aproximación a su estado de origen. Cuando vemos ponerse el Sol o la Luna tras el horizonte, no nos cabe duda de que al siguiente día volverán a pasar por el cielo. Tampoco tenemos dudas acerca de la sucesión de las estaciones, y después de cada invierno aguardamos con ansia la primavera, que indefectiblemente llega con sus días templados y más largos, y a cuyo conjuro renace la Naturaleza. Estos cambios, que se suceden de manera análoga al giro de una gran rueda o círculo, reciben el nombre de procesos cíclicos, los cuales abundan en la Tierra y en el Universo.

La rotación de la Tierra origina, como bien sabemos, la sucesión del día y de la noche; y su revolución alrededor del Sol motiva la sucesión de las estaciones. Vemos, pues, que ambos movimientos dan origen a los procesos cíclicos del día y del año, respectivamente. El ciclo de las estaciones es mucho mayor que la sucesión del día y de la noche. Pero en la Naturaleza se presentan ciclos mayores, que dejan pequeño aun al de las estaciones. Existe, por ejemplo, una especie de ligero balanceo del eje de la Tierra -que es la línea que pasa por los polos-, y que se verifica en el largo período de veintiséis mil años. Asimismo, las órbitas de los planetas, en vez de hallarse todas en un mismo plano, como si estuvieran trazadas sobre una misma hoja de papel, guardan entre sí pequeñas inclinaciones. Esas inclinaciones, en períodos muy grandes, experimentan también un débil balanceo; y además, las mismas órbitas varían cíclicamente su excentricidad, es decir, se acortan y se alargan, dentro de plazos determinados con cierta exactitud.