LA LUNA, REINA DE LA NOCHE

Durante millones de años, la Tierra ha sido acompañada por un satélite al cual damos el nombre de Luna. En todas las edades, este astro ha sido objeto de gran admiración por parte del hombre- En la historia de casi todos los países se conservan recuerdos de las épocas en que esta admiración por el astro de la noche llevó a tributarle culto de adoración religiosa. Prácticamente todas las religiones primitivas consideran a la Luna como una de las más importantes deidades. Para la observación directa, la Luna es el más brillante e importante astro después del Sol; así como a este astro se lo reconoce como rey del día, la Luna, cuya belleza ha sido ensalzada por legiones de poetas, ha sido proclamada la reina de la noche. La blancura de su luz ha sido siempre para los poetas símbolo de la pureza, aunque esta luz, tal como lo hemos aprendido, no es Dropia de la Luna sino reflejo de la intensa luz solar.

En los pasados tiempos, se atribuían a la Luna toda suerte de fuerzas ocultas, que actuaban sobre el cuerpo y la mente de los hombres. Pero dejando a un lado estas creencias disparatadas, es positivamente cierto que la Luna ejerce marcada influencia sobre determinados fenómenos. El efecto más notable, aparte del de las mareas, que tan útil resulta en muchas oportunidades, es la iluminación que produce sobre la Tierra. Ya sabemos que de la inmensa cantidad de luz que el Sol envía al espacio, la Tierra intercepta una pequeñísima parte, la que basta sin embargo para iluminar intensamente uno de sus hemisferios. La Luna es un astro mucho menor que la Tierra, y, por lo tanto, es también proporcionalmente menor la cantidad de luz que recibe del Sol; esa luz solar, en parte, es enviada de nuevo al espacio, y aunque sea en muy pequeña parte, es recibida por la superficie terrestre. Se ha calculado que se necesitarían 500.000 lunas llenas, brillando todas al mismo tiempo, para iluminar la Tierra con la intensidad con que lo hace el Sol.

La Tierra posee siempre un hemisferio iluminado por el Sol, y el otro en sombras alternativamente.

Salvo casos muy particulares, la Luna recibe también los rayos solares, de modo que posee, como la Tierra, un hemisferio iluminado y el otro en sombras.

Sabemos que la Luna gira en torno a la Tierra, a razón de una vuelta cada veintinueve días; pero no obstante ese movimiento, siempre nos muestra el mismo hemisferio iluminado o no.

Cuando la Luna, en su recorrido en torno de nuestro planeta, se sitúa en la Tierra, adquiere velocidad muy rápidamente, pues la gravedad es bastante intensa. En cambio, la gravedad lunar haría caer a los cuerpos con menor rapidez.

Como los cuerpos situados en la Luna son más livianos que si estuvieran en la Tierra, en nuestro satélite sería más fácil transportar objetos, elevarlos por las montañas, y construir edificios y puentes. Un hombre podría llevar una gran carga, sin notarlo siquiera. Y como la fuerza corporal del hombre depende de los músculos, un hombre situado en la superficie del satélite podría dar un salto asombroso.

Una piedra o un alud que cayeran sobre una persona serían menos dañosos en la Luna de lo que son en la Tierra. Para ascender por las montañas lunares, los montañeses podrían valerse de delgados cordeles, que por lo tanto podrían ser sumamente largos. Claro está que todas estas aparentes facilidades estarían contrarrestadas por la carencia absoluta de aire y de alimentos, que deberían ser llevados de la Tierra. Sin ellos la vida sería imposible.