LA CONFIGURACIÓN DE LA TIERRA


Aquí vamos a ocuparnos de la actual configuración de la Tierra; ya hemos visto anteriormente de qué manera una gran masa ígnea se transformó en el planeta en que vivimos. Es muy variado el aspecto que nos ofrece la Tierra, pues hay en ella grandes depresiones llenas de agua que forman los océanos, y se elevan sobre su superficie altas cadenas de montañas. Se creía antes que el relieve terrestre era consecuencia de cataclismos, sacudimientos y explosiones; pero en la actualidad se reconoce que ha tenido gran influencia en el relieve terrestre la labor lenta y sostenida de grandes fuerzas. La acción de las aguas es muy importante en la formación del relieve. Trataremos aquí de esas influencias, y las relacionaremos con los importantes fenómenos que se desarrollan en  la capa gaseosa que rodea la superficie sólida y líquida del orbe, y que llamamos atmósfera.

Cuando se formó la delgada corteza terrestre, por haberse solidificado los materiales dispuestos en la parte más externa de nuestro planeta, comenzó a formarse el relieve del suelo. En su origen esa corteza era muy delgada y muy caliente; de tanto en tanto se resquebrajaba por la influencia de las fuerzas internas, dejando salir grandes chorros de masas incandescentes que, poco a poco, al enfriarse, también se solidificaban.

Con el correr de los milenios, la corteza se fue haciendo más gruesa y más fría y, por lo tanto, adquirió cada vez mayor consistencia. Cuando se enfrió bastante, permitió que el agua, que hasta ese entonces había permanecido en forma de vapor en la atmósfera, se precipitara al suelo dando origen así a los ríos y a los mares. Podemos imaginarnos qué lucha se desarrollaba entonces entre los elementos que pugnaban por imponer su dominio. Torrentes de agua se precipitaban al suelo para enfriarlo, mientras éste, aún caliente, devolvía a la atmósfera nubes de vapor de agua y gases.

La lucha, empero, estaba ya definida: la corteza perdió cada vez más temperatura. También se fue enfriando el interior y, en consecuencia, disminuyó de tamaño. Esta contracción del interior de la Tierra no pudo acompañarse de un achicamiento de la corteza, que ya había pasado al estado sólido. Por eso, entre la corteza v el núcleo ígneo, comenzaron a aparecer espacios en que la materia se hallaba menos comprimida y que no podían permanecer de esa manera debido al enorme peso de las capas sólidas que quedaban encima. Y así, en algunos lugares, la corteza se plegó y en otros se fracturó, hundiéndose o levantándose. Quedó de este modo adaptada de nuevo corteza a la esfera interna, pero ahora esta corteza presentaba toda  clase de accidentes. Grandes elevaciones y profundas depresiones dieron singular aspecto al relieve terrestre.