La litósfera, lecho rocoso en que descansan los continentes


Nos queda por analizar la última de las capas terrestres conocidas por observación directa, la litosfera, es decir, la corteza rocosa sobro la que descansan los continentes. Muchas teorías se han formulado acerca de la probable constitución interna de nuestro planeta- Pero la más aceptable es, sin duda, la que supone que nuestra Tierra posee un núcleo rígido, el nife, ya mencionado, recubierto por una gruesa envoltura de masas viscosas. La cubierta superior es la llamada sima (nombre originado de si, sílice y ma, magnesio); sigue luego el sial (de si sílice y al, aluminio) de la litosfera, envuelta por la hidrosfera y, finalmente, la atmósfera. En otras palabras, el peso y la densidad de los elementos integrantes del material terrestre aumentan progresivamente de afuera hacia adentro. La litosfera, verdadero campo de batalla de las fuerzas que transforman la faz de nuestro mundo, sufre los efectos de ciclópeos procesos desarrollados en su interior. La corteza se agita, se producen fracturas al moverse las rocas hacia arriba, hacia abajo o transversalmente, y así se originan los terremotos que como el del año 1929 en Nueva Zelanda, hacen que los bordes de las fracturas se eleven varios metros y se desplacen otros tantos trasversalmente. Los geólogos explican, la estructura de la corteza terrestre de acuerdo con la teoría de la masa ígnea, es decir, que nuestro mundo se compuso originalmente de gases que se licuaron, y los líquidos resultantes, al enfriarse, se volvieron sólidos. Las rocas ígneas así formadas, situadas por doquier en la superficie, contienen la casi, totalidad, de los elementos conocidos en la Tierra. Son, por ello, las rocas-madres de todas las demás y los productores resultantes de su disgregación forman posteriormente las llamadas rocas sedimentarias, sencillamente ordenadas por densidad. Con mucho mayor trabajo se engendran las rocas metamórficas, interviniendo lavas ardientes sobre arcillas y arenas no consolidadas aún, al par que complicados procesos de calcinación, y recristaiización. De esta manera se completa el ciclo durante el cual, después de innumerables cambios, la superficie terrestre se asemeja nuevamente a su forma originaria. Tal es la transformación que se ha ido operando incesantemente, a lo largo de 1.000 millones de años. Inicióse cuando nuestro planeta elaboró su atmósfera y sólo terminará cuando éste desaparezca o cuando una eclosión formidable, como la que dio nacimiento al sistema solar, lo destruya transformándolo en energía.

Hemos logrado ya una visión de conjunto del material de la Tierra, de las fuerzas que lo modifican y del espectacular efecto físico obtenido, Un lento trabajo de erosión alterna con violentas erupciones. Aquél, no por despacioso deja de ser efectivo. Tengamos presente que el Nilo, por ejemplo, cada año vuelca en su delta más de 50.000.000 de toneladas de partículas rocosas Eso sí, la actividad volcánica es más imponente. Recordemos que allá por el año 1883, cuando el Krakatoa, volcán del archipiélago malayo, hizo añicos la mayor parte de su cuerpo en la erupción más catastrófica de que se tiene memoria, ¡las partículas de ceniza se acumularon en costras de quince centímetros de espesor a 2.000 kilómetros de distancia! Menos grandiosas, pero más frecuentes, son las tormentas de tierra que se producen en China y que cubren, a veces, superficies mayores de 50.000 kilómetros cuadrados.

De este modo nuestro inmenso planeta, pequeño a la vez comparado con otros cuerpos celestes, va mudando de aspecto. El hombre, mediante la perseverante observación de ese proceso, va logrando esclarecer algunos de sus misterios, que nos revelan la sobrecogedora belleza universal.