LOS MONUMENTOS DE LA GRECIA INMORTAL


Los antiguos griegos creían que los dioses, en su residencia del Olimpo, llevaban una vida similar a la de los hombres.

Tal idea no se limitaba al aspecto físico, pues daban a sus dioses forma humana, sino que suponían, además, que las mismas virtudes y defectos de los humanos podían enseñorearse de esos seres sobrenaturales.

Cuando alguno de éstos quería favorecer a un mortal, los otros trataban de contrarrestar las virtudes que pensaba otorgarle. Era frecuente también que se disputaran el privilegio de ser elegidos como protectores de las ciudades que se fundaban. Por eso, cuando se erigió Atenas, Poseidón y Atenea compitieron en el certamen que decidiría cuál de los dos debía ser la divinidad protectora de la nueva ciudad; los jueces estipularon como condición que el premio sería acordado a quien le concediera algo de mayor utilidad.

La tradición cuenta que Poseidón, con un golpe de su tridente, hizo surgir un magnífico manantial, pero cuando fueron a probar sus aguas, comprobaron que eran saladas, como las de sus dominios. Atenea, en cambio, hizo brotar un olivo cuyo fruto sirvió dé alimento a los habitantes, su ramaje dio sombra al peregrino y sus hojas, símbolo de paz, fueron aprovechadas para coronar a los vencedores de los juegos olímpicos.

De este modo Atenea fue declarada diosa protectora de la ciudad, que desde ese momento le rindió culto.