LA HISTORIA DEL CABALLO


¿Cuáles pueblos fueron los primeros en amansar caballos salvajes? No lo sabemos; quizá no lo sepamos nunca con certeza; pero nos es permitido hacer suposiciones atinadas al respecto, ateniéndonos a la evolución, en parte conocida, del caballo en el curso de las edades, y a antecedentes históricos.

Cuéntase que cuando Hernán Cortés invadió y conquistó a México, a principios del siglo xvi, los indios aztecas, pobladores de aquel país, sorprendidos y aterrorizados por los caballos de la expedición, animales desconocidos para ellos, dieron en atribuirles carácter de monstruos, y pensaron que jinete y cabalgadura eran un mismo ser, renovando así en su temor el mito de los centauros, mitad hombres, mitad caballos, de la mitología griega. Tan grande fue su terror, que hay quienes afirman que no contribuyó en poco al rápido dominio del español en aquella parte de América. Que en imperio tan vasto y tan bien organizado como lo era el azteca, extendido desde el Golfo de México hasta más allá de Tejas, ignorasen en absoluto la existencia del caballo, nos autoriza a pensar que éste faltaba en toda América septentrional, en la época de su descubrimiento, y a descartar en consecuencia a los indios norteamericanos como primeros amansadores de caballos todavía salvajes.

Sin embargo, enormes manadas de ellos (muy diferentes por cierto de los actuales, como luego veremos), en épocas remotísimas, miles de siglos, antes de aparecer el hombre, poblaban a América del Norte; pero se habían extinguido, quedando, como memoria de su existencia, sus restos sepultados en capas inferiores de la tierra, de donde los naturalistas extraen ahora sus huesos fosilizados.

Lo mismo, poco más o menos, ocurrió en América del Sur. Los animales de la familia del caballo descendieron desde el Norte, pasando por el istmo que hoy llamamos de Panamá, y se extendieron por todo el continente; mas no eran exactamente como nuestros caballos, sino que, a juzgar por los restos que de ellos se encuentran algunas veces, debieron de parecerse más a las cebras o a los asnos. Sea como fuere, muchos siglos antes del descubrimiento de América, estos animales se habían extinguido por completo, como se extinguieron tantas otras especies de la fauna prehistórica americana, que conocemos sólo por sus restos fósiles; de manera que cuando llegaron al Nuevo Mundo los descubridores españoles y de otras nacionalidades, con sus caballos, los indígenas no tenían la menor noción de lo que eran estos animales, y los miraban como seres terribles o maravillosos. En Guatemala se dio el caso de que los indios llegaron a rendir culto a uno de los caballos de Hernán Cortés, teniéndolo por una especie de dios, y cuando murió, hicieron su estatua y la colocaron en uno de sus templos.

Sin embargo, poco a poco, y lo mismo en América del Sur que en la del Norte, el indio fue perdiendo el miedo al caballo y se habituó a hacer tanto uso de él como los mismos europeos, acabando por convertirse en un consumado jinete. Durante sus luchas con el hombre blanco, y como consecuencia de los accidentados episodios de la colonización, muchos caballos se escaparon y se propagaron en completa libertad, así en las praderas del Norte como en las pampas del Sur, dando origen a las inmensas manadas de caballos montaraces que, según los países, se conocieron con los nombres de cimarrones, baguales, mesteños o mustangs. Los indios cazaban muchos de estos caballos y también robaban los de los blancos, siempre que podían, llegando así algunas tribus a ser dueñas de grandes caballadas y a hacerse temibles por su habilidad como guerreros montados.

El caballo propiamente dicho, el verdadero caballo actual, llegó a América, por lo tanto, desde el Viejo Mundo, y cuando ya llevaba en éste muchos siglos de domesticidad; pero lo interesante es que los antepasados del mismo caballo fueron americanos. En efecto, aproximadamente en la misma época en que los animales de la familia caballar pasaron desde América del Norte a la del Sur, otra emigración análoga se dirigió hacia el norte de Asia, a través de un istmo que entonces existía en lo que ahora es el estrecho de Bering, y una vez que invadieron el continente asiático, los caballos se extendieron sin dificultad por Europa y el norte de África.