De qué modo el caballo primitivo se convirtió en el actual


Los caballos no fueron siempre tal cual son hoy. El hombre, al hacer del caballo uno de los más fieles y útiles servidores, aprovechó el término de una larga serie de transformaciones ocurridas durante millones de años, cuando él aún no existía en el mundo, y de las cuales dan testimonio los restos fósiles de caballos que se extraen de capas de tierra de diferente antigüedad y ubicación.

Los más antiguos antepasados del caballo que se conocen, vivían hace unos sesenta millones de años, y eran animales mucho más pequeños que cualquiera de esos ponies enanos que se ven en los circos. Su talla, en efecto, no llegaba a la de un perro de caza. Como la época en que existieron se denomina en geología período Eoceno, los naturalistas han bautizado a aquellos caballitos primitivos con el nombre de eohipos, queriendo decir caballos eocenos; pero también se puede traducir por caballos de Eos, que era el nombre antiguo de la aurora, lo cual resulta muy apropiado, ya que dichos animales venían a representar algo así como el amanecer de una nueva e importante familia. A diferencia de los caballos actuales, que sólo tienen un dedo en cada pata, terminado en un fuerte casco que representa la uña, los eohipos tenían cuatro dedos en las patas anteriores y tres en las de atrás, como tiene el tapir actual. Hay que advertir que los tapires son como primos lejanos del caballo, y es muy probable que también desciendan de los eohipos. Otra particularidad de aquellos remotos antecesores del caballo estaba en la forma de las muelas, que en vez de ser como en los equinos de ahora, se asemejaban a las nuestras. Hubo eohipos lo mismo en Europa que en América del Norte; pero, mientras en Europa su descendencia se extinguió relativamente pronto, sin dejar sucesión, en América dieron origen a toda una larga serie de descendientes, que a través de las edades geológicas fueron experimentando notables modificaciones en sus caracteres. Los eohipos fueron animales propios de bosques pantanosos, pero sus sucesores fueron adaptándose a la vida en grandes espacios abiertos, en las llanuras y en las estepas. Su talla se fue elevando gradualmente; sus muelas, hechas en un principio para masticar hojas y brotes tiernos, cambiaron de forma y se hicieron idóneas para triturar pasto, y el número de sus dedos se fue reduciendo, como ocurre en todos los animales muy corredores. Primeramente desapareció uno de los cuatro dedos de la pata anterior, quedando tres en cada pata: más tarde, de estos tres dedos, los dos laterales empezaron a acortarse, mientras el del centro crecía cada vez más, y al fin resultaron los equinos actuales, en los que solamente vemos un dedo, aunque si examinamos su esqueleto encontraremos detrás de los huesos de ese dedo un par de varillas óseas, que los veterinarios llaman huesos estiloideos, y que son lo último que ha quedado como recuerdo de la antigua existencia de los dedos laterales.